«Dios libre a los que nos quedamos en Villa Cárdenas»

Irma Mejí­a / GRUPO INFORMADOR

Francisco R. Murguí­a, Zac.- Tres meses antes surgió el primer desarme en la comunidad de San Lucas. Y esta misma advertencia llegó a Villa Cárdenas, pero jamás imaginaron que la búsqueda de armamento terminarí­a en el plagio del delegado municipal y un cruento enfrentamiento con Los Zetas, cuando un habitante al defenderse mató a dos sicarios y ahuyentó al comando. La amenaza latente es que regresen para vengarse.

En este lugar -ubicado a 210 kilómetros de la capital y a 50 de la cabecera municipal de Francisco R. Murguí­a, mejor conocido como Nieves-, se sabí­a que desde hace mucho tiempo se asentaron células de este grupo delictivo en esta región colindante con Durango que abarca municipios como Rí­o Grande, Nieves y Juan Aldama.

Se escuchaba que cometí­an atracos, secuestraban, extorsionaban a la gente “con ciertas posibilidades económicas”-relatan algunos pobladores-, pero nunca esperamos que  les interesara meterse a los pueblos a quitar “las armas” que tienen “algunos” para la caza o por pura tradición.

Fue el 25 de febrero cuando el comando avisó sobre el desarme al  delegado municipal Jesús Torres, de 52 años de edad, quien convocó a más de 500 pobladores en el salón ejidal.

Uno de ellos, relata que se les informó que los zetas querí­an reunidas las armas en ese salón. “Casi nadie dijo nada. Nos sorprendimos, aunque ya sabí­amos que eso mismo habí­a ocurrido en San Lucas”. Quedó la duda sí­ de verdad irí­an y quiénes entregarí­an armas.

Una de las hijas del delegado admite que aconsejó a su papá irse de Villa Cárdenas, pero éste consideró que no tení­a porque huir. “Siempre hizo y sigue haciendo frente por su pueblo, aquí­ es gente noble. La mayorí­a no tenemos armas, tenemos puros cuchillos cebolleros”.

El 27 de febrero, cerca de las 13:00 horas, arribó el comando y se llevaron al delegado, al que quizá trataron de utilizar como “rehén”, pues la familia menciona que los sicarios “no lo golpearon” y hasta prometieron “regresarlo con vida”.

Después irrumpieron en otros domicilios y al acudir a la calle Niño Artillero, número 3, de la familia Rí­os Soriano, fueron recibidos a balazos por un joven de 24 años de edad, quien al no estar su papá que se habí­a ido a Durango, optó por hacer frente, mientras los miembros de sus familias escapaban por las marraneras.

Se desconoce con precisión cómo logró matar al primer sicario con su arma calibre 22 y apropiarse presuntamente de una de las armas largas con las que dio muerte a otro sujeto más, mientras los zetas estallaban granadas.

Entre esquirlas y disparos quedó deshecha la puerta principal, desde donde se alcanza a leer la palabra “Bienvenido”, la cual formaba parte de los adornos que se habí­an colocado anteriormente en el festejo de una boda.

Otra evidencia es una camioneta RAM color rojo, con placas extranjeras con un sinnúmero de impactos de bala de grueso calibre, abandonada afuera del domicilio.

En el interior, quedaron en los patios unas ollas con nixtamal, una camioneta antigua, autopartes y un par de marranos encerrados que chillan por hambre, pero nadie se atreve a entrar en ese domicilio.

Por la abundante sangre que los peritos encontraron en ese lugar y en la camioneta que los sicarios abandonaron con un sinnúmero de impactos de grueso calibre con placas de Aguascalientes, el procurador Arturo Nahle menciona que pudieron ser más delincuentes muertos. Incluso, refiere que han circulado “rumores” de que al dí­a siguiente de la balacera se efectuaron dos funerales clandestinos en los municipios de Trancoso y en Rí­o Grande.

 

“Se respira el miedo”

Después del enfrentamiento, muchas familias huyeron, ya que durante 18 horas los cadáveres  quedaron tirados -cuerpos que no han sido identificados-, lapso en el que no ingresó ninguna corporación ni presencia militar.

El miedo colectivo se sembró ante la amenaza de venganza, pero la gente desconocí­a si los sicarios atacarí­an a todo el pueblo o sólo a los de la familia Rí­os. Sin esperar más, se internaron en el monte, donde durmieron por varios dí­as hasta la llegada de manera indefinida de la Policí­a Estatal. Otros más simplemente se fueron del lugar.

Dejaron todo, sus casas, sus animales. Mire –señala uno de los pocos pobladores que deambula por el pueblo y responde algunas preguntas- esos caballos andan libres en manada todo el dí­a. Son de una familia que huyó.

En medio del forzado silencio, pues en ninguna casa se escucha la música de la radio como antes, ni las risas de los niños que dejaron de asistir a clases y el cierre de las tiendas, a lo lejos se escuchan los gritos de los compradores de ganado, pero “no hay ni un alma” que se asome, ni acuda al llamado.

Algunos habitantes optan por salir en caballo y los que viajan a comprar sus provisiones en sus vehí­culos viajan con temor a lo largo de 50 kilómetros por un camino estrecho de terracerí­a entre huizaches y remolinos de polvo.

El temor existe tanto en los civiles que entran como en los que salen del lugar. Los reporteros también lo sienten y para evitar confusiones optan por escribir la leyenda “Prensa” en los vidrios del vehí­culo oficial para transitar por esa región, seguridad que se reforzó en Nieves, ya que el gobierno decidió poner un convoy fuertemente armado para entrar a Villa Cárdenas.

Al ver el ingreso de vehí­culos, la gente se esconde en sus casas. No quieren hablar. Se respira el miedo. Mientras la hija del delegado mantiene la esperanza de tener noticias positivas, pero al ver que se trata de la prensa aclara que no quiere poner en más riesgo la vida de su padre que está en poder del grupo armado.

Se les pregunta si en el pueblo hay gente que forme parte de los zetas como lo habí­a declarado el procurador, quien reveló que en las indagatorias los pobladores se identificaron a dos jóvenes de Villa Cárdenas que pertenecí­an al grupo delincuencial de nombres Antonio Ochoa Mares y Ruperto Mares Agí¼ero.

Sin embargo, la gente sólo alza los hombros y asegura desconocer esa situación. No se quieren meter en problemas. Ellos se quedan ahí­, viven ahí­ y no tienen a donde irse.

Uno de los entrevistados dice: “Nosotros también quisiéramos saber si este ataque fue por rencillas o una amenaza a todo el pueblo ¡Dios libre a todos los que nos quedamos aquí­!”.

 

Cargos que hoy pesan

Con un rostro de preocupación, el alcalde Alfredo Ortiz del Rí­o, trata de mostrarse fuerte, pero admite que este municipio está rebasado para enfrentar este tipo de delincuencia, por eso, su policí­a acudió al llamado, pero se retiró para pedir apoyo al gobierno estatal, pero se logró entablar comunicación hasta las 20:00 horas.

Nieves tiene seis policí­as en cada turno, dos patrullas y una decena de armas “que no están al nivel que usan esos grupos”.

Este municipio ubicado al noroccidente de la entidad con 21 mil habitantes en 73 comunidades según el INEGI, pero solo 51 están constituidas, ha vivido entre carencias por  los estragos de sequí­a en la agricultura y ganaderí­a que ha provocado la migración de 30 % de su población a Estados Unidos.

El alcalde menciona que su presupuesto es de poco más de 20 millones de pesos, sí­ junta los dos fondos federales (03 y 04). Tiene claro que debe hacer “grandes gestiones” para obras y apoyos sociales.

Con esa realidad recibió a Nieves hace medio año que asumió el cargo, pero ahora con la presencia de grupos delictivos, la situación del municipio “se ha complicado”, pues a raí­z del suceso en Villa de Cárdenas se ha generado “una sicosis” en todos los poblados.

Sabe que la inseguridad y la delincuencia organizada están presentes en todo el paí­s, pero jamás pensó que a su municipio llegarí­a la ola de violencia.

Reconoce que en la comunidad de San Lucas ya habí­an desarmado al pueblo, pero los habitantes jamás denunciaron, simplemente entregaron las armas, por eso, se desconoce cuánto armamento entregaron a los grupos delictivos.

A raí­z de estos hechos se sabe que algunos delegados municipales pudieran dejar los cargos, pero el alcalde dice que hasta el momento ninguno se lo han notificado. Se sabe que hay inquietud en El Vergel y  el Sáuz.

Acepta que “no ha podido” ir a Villa Cárdenas,  ni el  jueves 3 de marzo que acudieron las autoridades estatales que llevaron despensas a las familias de ese poblado y cuando arribaron 30 policí­as estatales que vigilarán de manera indefinida ese municipio.

Respira profundo y sólo implora a Dios por su municipio: “No queda más que seguir adelante”. Pide a las autoridades estatales investiguen a fondo para dar una respuesta más precisa a los pobladores que viven con miedo.

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