DIGAN LO QUE DIGAN, LOS DEMíS

Por: Luz Marí­a Cisneros de Castañón.

Sentada en una de las sillas colocadas en la preciosa Plaza de Armas de nuestra Bizarra Capital de Zacatecas y rodeada de miles de personas de todas las edades, que expectantes esperábamos el arribo de Raphael el Divo de Linares; me entretení­a en contemplar el revolotear de las palomas que graciosamente cruzaban el cielo azul, mientras pensaba qué falta le hace al ser humano tener la oportunidad de olvidar aunque sea por un momento, sus problemas cotidianos, sus vací­os y soledades. Y desde luego, qué importante es  alimentar el alma y el espí­ritu con una de las bellas artes como lo es la música.

Los ahí­ reunidos entre quienes se encontraban numerosos visitantes nacionales y extranjeros, con motivo de la XXV Semana Cultural, organizada por el Instituto Zacatecano de Cultura del Gobierno del Estado, recibimos entre un caudal de aplausos, al Divo, quien a la hora en punto apareció en el escenario  llenando no sólo este, sino toda la Plaza de Armas y el corazón de quienes admiramos su arte.

Raphael interpretó tangos, rancheras, baladas. Y rememoro con especial emoción, cuando cantó esa hermosa canción que dice: “Más dicha que dolor hay en el mundo, más flores en la tierra que rocas en el mar”, cuya letra  me motivó a revalorar la bella tarde, la compañí­a de mi esposo, la presencia de tanta gente que no conozco, pero que eran seres humanos como yo, con sueños, esperanzas, ilusiones y anhelos.

Y mientras Raphael continuaba cantando: “son muchos, muchos más, los que perdonan; que aquellos que pretenden a todos condenar”. Casi sin darme cuenta voltee  a un costado de la Catedral y contemplé labrado en cantera,  a un hombre crucificado que dijo hace más de dos mil años “Bienaventurados sean todos aquellos que han aprendido a ser humildes y perdonan” ; lo que me invito a reflexionar que el mundo serí­a mejor si todos los seres humanos aprendiéramos el arte del perdón,  permitiendo que en nuestro corazón anidara la paloma de la paz, el perfume de la rosa y el arco iris convertido en  Arca de la Alianza que uniera para siempre al hombre con el hombre.

Cuando Raphael continuó la canción diciendo:“La gente quiere paz y se enamora, y lucha por el bien no por el mal”, contemplé en ese momento,  como el Teleférico iba cruzando la ciudad por el aire y a lo lejos se escuché el ulular de un sirena. Y entones cerrando los ojos me abstraje de mi entorno y en mi mente se formó la imagen de soldados uniformados de verde, encapuchados y armados y  de hombres uniformados de azul encapuchados y armados. Todos ellos dispuestos a combatir contra otros hombres que   olvidando que somos sus hermanos, siembran no solo aquello que envenena el cuerpo, la mente y el alma, sino además el temor, la angustia, el miedo, el dolor y la muerte.

Y entonces aspirando con verdadero anhelo, el aire,  que al paso de la casi noche se habí­a vuelto fresco. Puse la mano sobre mi corazón,  que continuaba con su rí­tmico palpitar y sin saber cómo, ni por qué, en ese momento tuve la firme certeza, de que esos hombres cuyo dios es el dinero y el poder, quizá más pronto de lo que pensamos,  tendrán que recapacitar  porque al fin y al cabo son seres humanos y ellos también tienen padres, hijos y hermanos.

Y cuando el Divo concluyó con su impresionante voz la canción, expresando:  “Digan lo que digan, digan lo que digan, los demás”, algo en mi interior me dije también que no serán las armas las que acaben con ellos, con los malos, con los desalmados, pero que al fin y al cabo también son nuestros hermanos. Tendrá que ser una estrategia mucho más inteligente,  mucho más acabada. Más pensada no sólo en recibir reconocimientos y vanaglorias por supuestamente acabar con una lacra social; sino realizada a  favor de la gente inocente y en homenaje a aquella que ha muerto sin tener culpa alguna.

La función terminó. Los espectadores nos empezamos a retirar. Pero para mí­ algo habí­a quedado flotando en el ambiente. Una luz de esperanza y un canto de fe.


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