Por: Jorge Gustavo Castañón Cisneros / MIRADOR
Recuerdo bien lo dicho por un Oficial del Consulado de los Estados Unidos en Monterrey durante el II Curso de Capacitación para Oficinas Municipales de Atención a Migrantes realizado el pasado mes de febrero: Al momento de que recibimos a un zacatecano para la solicitud de su visa, sabemos que tenemos que prever todo, sabemos que en una decisión nuestra van muchas esperanzas que influyen una vida. Palabras más, palabras menos fue expuesta esa idea. Que razón.
Me podía imaginar lo que estaban platicando. Podía intuir los diálogos del interlocutor al teléfono a partir de los gestos lastimeros de aquella jovencita de 16 años que, pegada al celular y con la cabeza gacha, trataba de consolar y ser consolada. â No llores papá y prométeme que vas a dejar de tomar  porque mañana tienes que ir a trabajar– Y se enjugaba los ojos.
–No llores papá que me vas a hacer llorar a mí. Yo y mis hermanos teníamos muchas ganas de verte, ya nos hacíamos abrazándote pero Dios no lo quiso así– Maribel de 16, su hermano Josué de 11, Clarita de 7 y su señora madre fueron a pedir la visa o un permiso para poder entrar a los E. U. como turistas. Es cierto que sus probabilidades eran mínimas. El perfil laboral de ella no existía, había vivido ya en los E. U. y tuvo un hijo durante ese tiempo. Cierto también que el señor estaba en los E.U. de manera indocumentada y que los tenía declarados como dependientes económicos.
Un perfil que describe perfectamente a muchos de los nuestros. Familias distanciadas y quebradas por el muro de la inelegibilidad para ingresar a los E. U. y la incapacidad del que radica allá, sin papeles, Â a venir libremente ya que de hacerlo podría perder su empleo, sus pertenencias, su modo de vida. Así pasan los días de ambas partes del circuito de la migración. El migrante y su familia.
La familia en cuestión no perdió sólo el dinero, que va y viene, sino la esperanza de estar juntos, de reunificarse, de contar con el jefe de su familia, el amigo, el compañero. No queda más que esperar a ver que dice el destino y la suerte porque en relación a la Ley, ésta ya había dado su veredicto.
Para muchos de nosotros, es precisamente la visa un documento que se usa para visitas turísticas, negocios e incluso para situaciones académicas o de trabajo dentro de la Unión Americana. Pero para la mayoría de los que la piden, la visa es el único elemento legal al que se puede aspirar y anhelar como el vehículo que permita la reunificación familiar. Efectivamente, el porcentaje mayor es rechazado.
Como sociedad, nos vemos inmersos en el reto de afrontar esta binacionalidad. Maribel y sus hermanos viven el día a día en la ausencia de la figura paterna. Su madre se ve en la necesidad de ser padre y madre, de educar y formar. La sociedad los prevé como una familia disgregada, separada (aunque en este caso por la distancia) que pone a sus integrantes en situación de vulnerabilidad ante los riesgos que actualmente atraviesa nuestro país.
En el caso de la familia mencionada, se entrevé en la voz protectora y triste de Maribel, una hija con profundos valores, con cimientos firmes. Esto les permitirá discernir a todos el futuro de su familia a mediato y largo plazo. Esperamos que en la próxima tengan más âsuerteâ.
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