DESENCANTO EN LA DEMOCRACIA

*Lic. Olga Alicia Castro Ramírez

El repaso de los acontecimientos y cambios más relevantes y de trascendencia en la vida nacional de los últimos 20 años, visibles en el sistema político y en la dinámica de la vida pública en México, no solo debe conducirnos a una reflexión sino, sobre todo, a la acción. Una deliberación en torno a los puntos medulares en los se funda la construcción democrática de nuestro país nos llevará, necesariamente, a entender las causas que han ido generando los preocupantes indicadores deficitarios en la parte política, democrática y de gobernabilidad actuales.

Encontrar el camino para construir o reconstruir la confianza en la Democracia como un sistema eficaz de gobierno no es tarea fácil. Hay muchos ejemplos de hechos o comportamientos políticos que han motivado la falta de apropiación de los valores, cualidades y actitudes necesarias entre los ciudadanos para tener aprecio por la Democracia. Lo que ha generado este déficit del sistema político debe ser visto a la luz de la historia reciente, explicarlo, analizarlo y hacer énfasis en las debilidades para poder arribar a cambios estructurales que hagan posible el desarrollo armónico de México. El desencanto no debe llevar a la inacción. La reflexión sobre el fenómeno debe ser el primer paso para abrir camino a las iniciativas que permitan cambiar el rumbo por el que inexorablemente o fatídicamente parecemos transitar.

No cabe duda que el sufragio fue el principal motor del cambio de patrones para el acceso a los cargos del poder público; las reformas electorales fueron las que marcaron las primeras fases de la transición en México, particularmente hay consenso respecto que este inicio se da con la aprobada en 1977 y que da paso al sistema mixto de representación: el mayoritario y la representación proporcional. Este segundo aspecto permitió un acceso más claro de la oposición al poder público, particularmente al Congreso federal, desde donde se impulsaron nuevos cambios y reformas en el ámbito político–electoral, de forma tal que la pluralidad que en México existe, encontró cauces de representación en los gobiernos municipales y estatales hasta llegar a la Presidencia de la República en el año 2000.

El paso de un régimen formal, legal, de un sistema de gobierno democrático a un sistema democrático real fue la principal preocupación de los grupos de intelectuales y de las fuerzas de oposición. Con las reformas se pasó gradualmente de un sistema de partido hegemónico a un régimen plural de partidos políticos, que buscaron modificar el sistema electoral para crear escenarios –reglas- posibles para elecciones competitivas. Los primeros esfuerzos se encaminaron a conseguir sacar de la clandestinidad a algunas fuerzas opositoras que no tenían posibilidad de incidir en las decisiones nacionales. Las siguientes reformas consiguieron estructurar un órgano electoral autónomo, fuera de la esfera del Ejecutivo federal; posteriormente, los acuerdos políticos giraban en derredor de las condiciones de la competencia, es decir, en la búsqueda de la equidad.

La elección presidencial del año 2000 se vuelve emblemática por ser la primera en que un partido de oposición obtiene el triunfo. Las reformas habían rendido su fruto, la alternancia, como indicador inequívoco del tránsito hacia la democracia, era ya una realidad. Pero muy pronto se hizo patente que la alternancia no garantiza por sí misma la eficacia de los gobiernos emanados de la oposición. Las estructuras gubernamentales, económicas y sociales no estaban preparadas para un cambio de conducción en el país. Antes bien, hay innumerables narraciones y análisis que dan cuenta de una realidad aplastante: durante años el andamiaje se fue construyendo para la transmisión pacífica del poder público a una fuerza política diferente, pero no se prepararon nuevas reglas para el ejercicio del gobierno. El cambio de hombres en el poder no significó un cambio en la forma del ejercicio del gobierno.

El Informe La democracia en América Latina, hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos, del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) del 2004, recoge con claridad una realidad aplastante: el triángulo Democracia-Pobreza-Desigualdad, pero apunta como ruta ineludible para romperlo la construcción de una Democracia de ciudadanía “…hoy plena de carencias, es la que avanza para que el conjunto de nuestros derechos se tornen efectivos. Es la que nos permite pasar de electores a ciudadanos. La que utiliza las libertades políticas como palanca para construir la ciudadanía civil y social”.

Habrá que retomar este y otros análisis, en una siguiente entrega, que nos permitan hacer evidente la urgencia de un cambio cultural en la sociedad mexicana.

*Delegada del IFE en Zacatecas

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