¡QUÉ HISTORIAS! EL OLOR DE LA MUERTE

DÍA DE MUERTOS

Por Guillermo Hernández Z. / CÓRRELA / Foto: MIRADOR

Zacatecas, Zac.- Hasta el último suspiro de su existir olió a la muerte. No, no dejó de olerla. Yacía en el féretro gris y permanecía ahí, fragante, campante, galante, suspirante y anhelante, alcanzaba los olores perfumados de un nardo, puesto, según su última voluntad, sobre él a la altura de su rostro para olerlo…sentirlo…

Aquella tarde caluroso de mayo, nada ni nadie pensó en que él habría de oler su muerte. La acarició, la olió, la sintió, la alargó, la husmeó, la bañó y la esperó.

Sentado, acostado, jugueteando con el fin de su vida. Rechazó el último juego de futbol. Y futbol español internacional por cierto. Nadie imaginó que acabaría envuelto o enfundado en sus calzoncillos o short deportivo…futbolero y su mirada verdosa perdida en el cielo. Mientras el Real Madrid perdía el Derby Madrileño.

Justo murió cuando cumplía años en ese mayo  caluroso. Se fue de este mundo como llegó, al revés. O como solía contar a sus íntimos, “vine a este mundo de nalgas y así me iré”. Cumplió en un día y se fue para siempre. Cayó fulminado y de nalgas, tras recibir artero ataque al corazón.

Inquieto fue aquel día. Desde que amaneció hasta que el atardecer ganó la batalla, las sombras nocturnas de la muerte aparecieron y ya nada paró: Paro cardiaco fulminante. O Infarto: dictaminó el doctor.

Vino al mundo al revés. Hizo de su vida y a cada momento, todo a la inversa. Para algunos era un perfecto anarquista. Todavía más, era el perfecto estulto.

“Chita…Chita…Chita que no hueles a muerto, huele a muerto, ¿No?” Preguntó una y otra vez.

Romualdo se encogió de hombros y luego se tocó oloroso sus brazos prietos y….nunca encontró a la muerte, dos días antes de fallecer.

Un día antes del fatal desenlace, aún aquel hombre enfermo de diabetes, olió su muerte, la advirtió, la sintió y se fue para siempre. Ya estaba escrito. Había dicho que sentía dolor de cabeza, cerraba sus ojos claros y descansaba, le insistió a su sobrina, que de tarde en tarde y noche tras noche lo esperaba para platicar los sucesos de aquel lugar provinciano.

Aquel día de mayo se le esperaba para comer y ya nunca apareció. Apareció la muerte en minutos, fulminante, estrujante y acabó con todo. Todavía había encargado a su apreciable hermana mole, migas y que hubiera chilitos caseros picosos. La muerte se lo tragó todo.

Mas, dos días antes de fallecer tuvo fuertes presagios trágicos. Rondaba la muerte. Mientras los chiquitines jugaban a las rondas de su edad. A los encantados…a las escondidas…

Pleitos y arguendes se expresaban en muchedumbres solitarias y amasadas en vecindarios sin fin de aquel lugar conflictivo. Esto, había también comentado, lo ponía nervioso. Le molestaba la muerte y la violencia. Y pese a que no se había desatado la violencia actual, ya se presagiaba en aquel lugar hechos trágicos y de muerte: diariamente había enfrentamientos entre pandilleros que habitualmente por una caguama mataban o los mataban…

Insistía a su sobrina Chita “es que afuera de la casa huele fuerte a muerto, a flores de panteón” y para más se agarró otra vez el pellejo de sus brazos cortos y los olió a muerte, aseguró.

Y por si fuera poco, para que no hubiera duda, cuestionó: ¿Ustedes nunca se han olido a muerto?

Seguía la cantaleta, “huele como a flores del panteón, el aroma es de panteón”. Ese olor se lo llevó a la tumba, y es que cercano a donde estaba por allí no muy lejos se ubicaba el vetusto Panteón Municipal.

La necedad olorosa nunca se entendió, y sólo cuando vino a su mente minutos antes de morir la figura esquelética de su abuelo Miguel, quien murió de 103 años, él supo que moriría.

El abuelo, otro necio, por cierto, luciendo su bigote a la Pancho Villa, dicen que le dijo: “Pos que trais hijo, ya vente a descansar, porque aah como muele tu abuela Inés, pregunta mucho por ti. Luego, por las noches no duerme, se sale tantito de aquí presurosa, abre las piernas se mea como que cae un chorro de agua y vuelve a moler y moler…”

Mira que este día anduve por el Panteón, pos qué diantres, recogí unas cajas de los difuntos y pos para este próximo invierno, nos calentarán mejor. O lo verás. Ya no tendremos frío, pa qué apurarse y ojalá ya tu abuela ya no se mié tanto”

Cuentan que Don Miguel tenía callo para estos vericuetos de muertos y entuertos, dicen que como en tiempos de la Revolución anduvo de camillero o lo que es ahora la Cruz Roja, recogió muchos difuntos e incluso, hay quien solía contar que ellos, los muertos eran sus inseparables amigos. Noche a noche, lo visitaban, le platicaban sus cuitas, bueno hasta remolones de volvían con él. A veces se peleaban y se mandaban al carajo. Expresaban bocanadas de recuerdos, cuentos y cuitas, de Don Mateo el Guarache Pando, compadre de Don Miguel. Don Simón el de la huerta a quien nunca se le conoció esposa alguno pero sí, hijas enormes y bien proporcionadas, con cara de gitanas o de otro mundo, nunca hablaban, sí vendían grandes limones jugosos como sus senos y agrios como…la tía Benita que no paraba de expulsar bocanadas de faros y delicados…mientras contaba la vida y obra de todos los de la calle 20 polvorienta, pobre y religiosa de aquel poblado.

Don Miguel es más, nunca salió del Panteón. Nunca entró. Otros dicen que se quedó en la Revolución. Eso sí, pasaba tardes enteras contando los muertos que se le adelantaban y él seguía allí…esperando paciente a la calaca…como le decía o la huesuda cariñosamente nombrada por aquel viejo guanajuatense.

Quien sí entró al camposanto oloroso a muerte y a olvido fue Romualdo.

Hay quienes dicen que fue un infarto el que lo mató. Unos más dicen que lo dejaron morir. Otros juran que murió de amor, porque a sus casi 56 años locos y necios, habíase enamorado perdidamente de provinciana olorosa a fragancia de agua florida.

Ese aroma de mujer se lo llevó para siempre. Aunque el acta de defunción asentó: muerte por Infarto fulminante.

Desgarre total del corazón. Sumido en la tristeza, en el desamor, el desamparo maternal porque desde que nació “al revés, sufrió un revés existencial. Su madre, por cierto, contó que de niño, Romualdo, era muy fellito, por eso no lo fotografiaron nunca, jamás. Signo premonitorio de que años después expulsaría por la vida una cantaleta él mismo “soy prieto, ojo velde y soy bonito”. Solía murmurar en cuanto tenía oportunidad a quienes estuvieran a su alrededor. Necio hasta el fin…olió su muerte…un nardo lo acompañó oloroso…él simplemente percibió su fragancia hasta que se durmió…

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