DOMINICANA ENTRE LA BACHATA…POBREZA Y MERENGUE

Texto y Fotos Guillermo Hernández Zavala / MIRADOR

Cuando el avión de Copa Airlines besó suelo dominicano supimos que arribamos a tierra prometida.

Efectivamente una noche álgida nos anunciaba sorpresas diversas…desde un corazón dominicano envuelto en coloretes y emperifollado, de reluciente dentadura diáfanamente rutilante cual estrella, vendía caro su amor aventurero…allí casi en plena casa de Cristóbal Colón…o a unos pasos de la vetusta primera Catedral de América Latina que cual mudo testigo atestiguaba el trajín de aquel memorable  día sábado…

La imponente catedral asomaba lúgubre…misteriosa, abriendo sus brazos de vez en cuando para albergar a visitantes y trasnochados lugareños. O también acariciaba los centros de baile bachateros, salseros y merengueros. Ellas las dominicanas lucían sus mejores galas, pasos y cuerpos…era un cachondeo interminable…brotaba la cerveza por doquier…los diálogos eran interminables, festivos, pobres, ricos, anecdóticos…de fiesta.

Mientras los “colmados” daban rienda suelta a la venta de todo tipo de enseres: panes, dulces, embutidos, harinas, golosinas y…primordialmente cervezas y vinos.

Una zona sagrada de Santo Domingo, capital bajó el telón cerca de las dos de la mañana, ya en domingo… y habría de conocerse más de este empobrecido-rico-ardiente lugar…llamaba la aventura…surgía la tentación…Un malecón muy caribeño, con sus palmeras bañadas de bohemia nos atrajo profundamente…el mar ondeó sus encantos…la brisa caribeña echó su red y en un santiamén parlábamos con policías, militares, gente del pueblo y, sin faltar el personaje de todos las urbes apareció envuelto en las sábanas de la noche ¡nada más y nada menos que Bartolo Parking Show!…nos soltó una sonrisa solitaria, raída y desdentada. Sólo su inconfundible y amanerado  “viene…viene…viene…” nos acomodó en un lugar de la noche, de la fiesta.

Hizo las delicias de la noche…se robó el chou… estacionó, cantó, bailó, tomó, vivió, recordó, lloró, rió, fumó y se esfumó.

Amanecimos embriagados por la calidez del Caribe, aquella botella de ron dominicano y las cervezas, se fundieron en una luz penetrante que con sus rayos incandescentes nos volvieron a la realidad…ya era domingo en Santo Domingo y había que despertar, la aventura apenas iniciaba…

Ya repuestos recorrimos lugares de esta bella capital desde la Ancla de Hierro Forjado, procedente del Galeón Conde de Tolosa, hundido en las costas de Samana en 1724, la vista inigualable del muelle, iglesias y jardines, casi todo portando arquitectura colonial. Viejos edificios mostraban una realidad indiscutible: pobreza y más pobreza; o también los eternos contrastes los pudientes y los jodidos, claro sin perder su chispa, su encantador baile, su sonrisa a flor de piel…sendas figuras esbeltas cual fantasmas merodeaban nuestro andar, al compas mañanero, de la tarde del domingo,  de la chela…de la foto…de los colmados que también sin césar ofrecían recuerdos o Mamá Juana…brebaje viagroso que promete mucho y dueño de una fama insospechada se expende por toda la República Dominicana…

 De Santo Domingo a Punta Cana…a la propuesta Indecente: Pueblo Bávaro…

Al transcurrir el viaje nos trasladamos a Punta Cana…la playa…playita, más calor y encanto. Este lugar ofrece vistas extraordinarias un mar azul turquesa que constantemente coquetea con el verde, gris, rojizo, azul y un sinfín de colores que expresivos alegran el triste y pobre existir de los lugareños, contrastando irremediablemente con el turismo extranjero, básicamente europeo y de preferencia rusos.

Aquí el baile, la alegría y la sensualidad incrementan su presencia. Las negras enseñan, presumen su coquetería, bailan con la pobreza, sonríen a la desdicha, sin dejar de venderse por unos dólares…unos pesos…unos besos, unos arrumacos…unas cervezas. Intercambian miradas de ensueño, melancólicas añoran a la felicidad. Te incitan…te llaman al amor-vendido…su sonrisa parece interminable y su meneo es inconfundible… ¡nunca se acaba!

Otra vez toca la aventura y decidimos ir en busca de más…nos espera pueblo Bávaro…con toda una gran cantidad de  bemoles.

Nos recibe un lugar en exceso contrastante. Trabajadores que van, suben, viajan, bajan, comen, salen, entran; mientras un revolotear de moto-taxis se deslizan presurosos hormigosos por todos lados. Los buses no se quedan atrás.

Atrás…muy atrás quedó por momentos la playita el disfrute y nos internamos en ese pueblo bárbaro: una de las calles ofrece de todo pobreza, prostitución, escolares, colmados, comercios, peluquerías, remendones, relojerías, iglesias cristianas, carnicerías, moto-mecánicos, pica pollo, restaurantes, cafeterías, y sin faltar la raza negra al máximo de su expresión…pululan por todos lados, saltan a la vista de todos…

¡Todos nos asombramos de todos! Los flashazos son interminables, los rostros de tristeza, de esclavitud y esas miradas que inundan de ternura su y nuestro existir se combinan con la música, con la bachata, con el clamor a desamor, al amor, el desamparo y el cantoneo…porque Esta Noche…el baile sigue a plena luz del día: unas mulatas ofrecedoras de caricias llegan danzan y se van. Buscan su lugar en este mundo sin encontrar nada…ni siquiera un aliciente…un dólar…un recuerdo. Sus amores quiméricos se diluyen en la cerveza “Presidente”, no más.

Allá se quedaron nuestros recuerdos entre el andar y su bachata. Aquella polvorienta y abigarrada calle extensa se pierde de nuestras miradas…sólo quedan vestigios de su gozo por la vida, de su melancolía eterna y amiga. Nos despiden ojos de sorpresa y adioses negruzcos. Todavía algunos piden la foto de su pobreza…de su destino, inquietantes nos dicen adiós con preguntas sobre la narcoviolencia en nuestro país y los héroes de los narcocorridos…Somos unos extranjeros en medio de la penumbra.

Inquieta el volver a la comodidad del mar y su sabrosura; en tanto la playa luce a lo largo y ancho la presencia de los que tienen…los pudientes, los turistar…emerge el peregrinar de las negras siluetas marinas que ofrecen de todo collares, trencitas, sombreros, pulseritas, cocos, coca, ropa, excursiones y sin faltar la milagrosa Mamá Juana…Una policía uniformada disimuladamente resguarda todo y a todos. Sólo distingue el uniforme porque todos son raza negra y triste.

Punta Cana es la fiesta…el buen vivir, el buen comer, el espectáculo, la risa interminable, el trago, la disco, la aventura y a la vez, el esfuerzo y trabajo de los pescadores; bordean la playa también la pobreza y el comercio informal, además de gente hacinada por allí que comercia con artesanías, ropa, suvenires y otra vez el baile y la cerveza. Amistosamente identifican al mexicano por su hablar, por su música, por el chavo del ocho, por el tequila. Nunca por su presidente, menos por su gobierno…

Son las últimas horas en Dominicana. El mar murmura nostálgico, se acerca la despedida…evocadoramente hacemos maletas cargadas de recuerdos, de imágenes tristes y suaves, de bailes interminables y gozosos.

Emprendemos el vuelo de regreso y con nosotros viajan aquellas bellas estampas del primer día de las estrellas fulgurantes negras y rojas ofreciéndonos sus caricias….

Aprensivos llevamos los colores de su piel negra y sonrisa blanca, envuelta en olas de papel azul turquesa que se anida en el corazón…en la mente en nuestro existir. Todavía dulcemente volando alcanzamos a oler, ver, sentir y bailar con las olas de la despedida del mar Caribe… de la República Dominicana.

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