Lo encontró después de catorce años…

Por: Jorge Gustavo Castañón Cisneros

Una historia más, que otra cosa. Sólo una historia más de migrantes. Cuantas letras se han vertido sobre este tema y aún continúan prodigándose anécdotas, dramas y situaciones cada día. Y así inicia ésta, con el relato de la Sra. Yolanda quien comento esto había sucedido hace catorce años. Tanto tiempo ha pasado desde que su par de hermanos Ismael, el mayor y Raúl tomaron sus cosas y salieron de Ojocaliente, Zac.

Se fueron un día en una fría madrugada, buscando la mano de la madre que se aprestaba a impregnar de la bendición a sus retoños. La búsqueda del sueño americano no era quizás muy diferente de los demás compañeros de travesía que acompañaban a Raúl e Ismael. Ismael como el mayor, mantenía siempre la guardia protectora para su hermanito. Se sabía responsable de él.

Al llegar a la frontera, bajaron de la camioneta que los llevaba. Uno de los polleros les dijo que un grupo se iría con él y que otro se iría con un compinche que también conocía el caminito. Así, de extraña manera los separaron, ellos a pesar de su resistencia inicial, confiaron en la palabra empeñada del guía.

El primer grupo, donde iba Ismael, llegó al otro día tras muchos kilómetros recorridos y dolorosas angustias clavadas en la piel. Retumbaba en su mente su hermano, calaba en su moral las horas que pasaban y no verle llegar. Y de pronto, un día después, ahí estaban algunos de los “pollos” que traía el guía. Todos magullados, cansados y deshidratados. Pero ahí estaban. Ismael se aprestó a preguntar por su hermano, recorría con la mirada los rostros indagando en ellos las facciones de Raulito. Nada, algunos mencionaban haberlo visto aun en el transcurso del ingreso. Unos en alguna parte, otros más en otras. Más parecía que hablan de un fantasma.

Un par de horas después llegó el otro guía. Frío sudor abraso a Ismael, gélidos espasmos mordieron los músculos de su cuerpo. Vio ahí un rasgo demoledor. Aquel hombrecillo, pollero de la zona, traía puesta una gorra tan brutalmente idéntica a la que usaba Raulito, mismo color, mismos grabados, mismo desgaste. El hombrecillo aquel reía con esas risas que delatan complicidad maligna.

El hombre aquel pareció sentir los ojos inquisidores de Ismael y volteando lo miró con desparpajo, se levantó de su lugar y llegó hasta Ismael. “Sí, es la gorra de tu hermano…. Y en la troca traigo su chamarra también….” Eso fue todo, todo. Lapidaria recuerda la familia esta frase a quien Ismael compartió el suceso. Hace catorce años de esto y la madre de los hermanos rezaba y rezaba elevando sus plegarias como luces en el cielo para guiar a su niño hacia ella. Amarga incertidumbre. Se le buscó lo que pudimos -comenta la Sra. Yolanda- fuimos al Consulado Mexicano, a la Secretaría de Relaciones Exteriores… a donde pudimos.

Pero hace un año murió mi mamá y creo que por fin lo encontramos. Reitera resignada. Tuve un sueño hace un par de días y en él mi madre me dijo: Ya no sufran por él ni por mi. Ya lo encontré, ya encontré a mi hijito…..Ya encontré a mi hijito……

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