El informe tradicional y el informe por protocolo

Agenda Política

Gabriel Contreras Velázquez

La agenda del gobernador Alonso Reyes no coincide con la de su amigo Peña Nieto. Y no es cosa menor. Desde hace una semana ha abierto un tour por todo el estado en donde reinauguró el rastro TIF en Fresnillo, estrenó instalaciones de la SECAMPO, entregó una unidad de salud en el municipio de Guadalupe (en la cual presumió la compra de un equipo de oncología promediado en 100 millones de pesos), revisó los avances en la remodelación del estadio Francisco Villa, puso la primera piedra de la nave industrial de una nueva empresa japonesa, y, para cerrar con “solidez” firmó el convenio con los 58 municipios para dar cabida a la gendarmería en Zacatecas.

Todo ello un desperdicio en materia de comunicación, pues fue aglutinado de manera burda en su cuarto informe de gobierno el día de ayer.

En el carril paralelo, el informe del presidente Peña Nieto no fue central. El mandatario lo sabe. Es un protocolo y nada más. Mandó los mensajes que debía, con la tonalidad precisa que ha ajustado una vez que tomó el poder ejecutivo. Las críticas que esperaba son las mismas que había anticipado desde la apertura del proceso reformador. No hubo argumentación sustancial incluso en la inauguración del segundo período de sesiones ordinarias del Congreso de la Unión. Los partidos reciclaron los discursos, y encontraron un común denominador en volver a reformas la constitución para acabar con esa especie de rendición de cuentas alejada del diálogo entre los dos poderes involucrados.

Si acaso el trascendido más popular fue la manera descuidada en que utilizaron la plancha del Zócalo para estacionar “los vehículos de lujo” (¿cuándo habíamos visto lo contrario?) de los funcionarios que atendieron al mensaje en Palacio Nacional.

Sin embargo, el punto de quiebre, ese que ayuda a marcar las diferencias entre la ingeniería política nacional con la local (ésta última apegada al manual clásico de lo políticamente correcto, sin espacio para propuestas audaces, como la imagen del gobernador) viene apenas 24 horas después.

Sucedió que el presidente Peña Nieto no dejó que los medios asimilaran y desgañitaran el (intencionalmente) nada novedoso mensaje de gobierno, cuando aparece al día siguiente en todos los vasos de comunicación (impresos y electrónicos) para presentar la etapa de ampliación del aeropuerto internacional Benito Juárez, en la ciudad de México. Un evento con personajes de la talla de Norman Foster, arquitecto ganador del Premio Pritzker de Arquitectura en 1999 y el Premio Príncipe de Asturias de las Artes 2009; encargado del proyecto de renovación.

Ni siquiera la nueva nomenclatura del programa “Oportunidades”, ahora conocida como “Prospera”, llamó tanto la atención a los medios como las imágenes del nuevo aeropuerto. Somos una sociedad visual.

Entonces, las imágenes, los comentarios, las columnas, las caricaturas, la percepción de la clase política y los medios acerca del segundo informe se disolvieron muy pronto, a diferencia de su primera aparición en Palacio Nacional, donde prevendría a los sectores sociales, económicos, culturales, religiosos y políticos, la cascada de reformas que escurriría en los próximos meses.

Si aceptamos el argumento donde el presidente es un producto televisivo, al menos debemos de reconocer que detrás de él tiene un grupo aplomado de asesores que saben cómo y cuándo sacarle ventaja a su producto. Pero más allá del razonamiento sencillo acerca del político de “teleprompter”, quien obvie revisar este tipo de estrategias estará obviando la naturaleza política del ciclo de comunicación entre gobierno y sociedad.

Con ello me gustaría señalar, además, que eso de la “comunicación política” es un concepto ambiguo. En la esfera política no se trata de ver la relación convencional entre comunicador, mensaje, receptor. En este espacio, todo mensaje tiene una huella política, por el simple hecho de permanecer en el entramado de relaciones de poder. La retórica es normalmente su vestimenta más adecuada, sin embargo se sofistica al incluir el timming, las formas y los símbolos.

Si contrastamos el timming pertinaz de Peña Nieto, dejando sin sustancia un símbolo tradicional de la política mexicana como lo es “el día del presidente” con su aparición al día siguiente en un evento de mayores impresiones, la política de comunicación del gobernador Alonso caería en el anacronismo del viejo régimen. En Zacatecas el mensaje revive toda la tradición del poder único. Día de asueto para muchos trabajadores, y medios saturados de información oficial sin pies ni cabeza.

Peor aún. El secretario de Administración en pésimo momento (¡timming!) intervino sobre la demanda de la diputada Soledad Luévano, opacando a corto y mediano plazo la gira y el informe de su superior. Dos peones del ex gobernador Ricardo Monreal luchan en el terreno favorito de su mentor, la guerra de posiciones y reflectores en los medios de comunicación. Justo en medio, Miguel Alonso.

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