“Si el gobierno nos quiere ayudar, que devuelva a nuestros hijos”

Por: Silvia Núñez Esquer, corresponsal

Foto: Silvia Núñez Esquer, corresponsal

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Cimacnoticias | Hermosillo, Son.- Joaquina García Velázquez tuvo ocho hijos: cinco mujeres y tres hombres. Algunas de las hijas quisieron estudiar para ser maestras. Tres de ellas fueron a la Escuela Normal en Chilpancingo, Guerrero. Otra se hizo contadora.

Los hijos varones estudiaron Contabilidad en el Tecnológico de Chilpancingo. Pero a uno de ellos, el menor, no le gustó la carrera y se salió de la escuela. Duró un año sin estudiar. Pero eso a doña Joaquina no le parecía, pues ella es pobre, pero siempre quiso que todos sus hijos tuvieran escuela.

El joven se llama Martín Getsemany Sánchez García y está desaparecido. Es uno de los 43 normalistas de Ayotzinapa que desde el 26 de septiembre de 2014 salieron a buscar unos autobuses para ir a la marcha conmemorativa del 2 de octubre en la Ciudad de México, partiendo desde Iguala, Guerrero. Ya no regresaron.

Para el gobierno fueron emboscados por la delincuencia organizada, asesinados, quemados en un basurero y sus restos distribuidos en bolsas de plástico, arrojados todavía humeantes a un río.

Para madres y padres sus hijos están vivos, retenidos por el Ejército. Lo dicen claramente cuando explican que los normalistas estuvieron monitoreados por el C-4, instancia que concentra la información de todas las actividades de las policías, así como cuerpos castrenses.

“Quedan registrados todos los movimientos de la policía municipal, estatal, Federal, Marina y Ejército”, asegura con firmeza doña Joaquina.

Alza la voz para lanzar la pregunta al aire: “A ver, ¿por qué no quieren investigar en el cuartel? ¿Por qué (Enrique) Peña Nieto no quiere hacer nada? ¿Qué esconde? ¿Qué fue lo que vieron nuestros hijos que se los llevaron?”. Y las respuestas también quedan en el aire.

Martín Getsemany quiso estudiar para maestro rural después de un año de haber abandonado el Tecnológico de Chilpancingo, donde se instruía en la carrera de Contabilidad. Pero al joven le gustaba la idea de ser maestro, más que contador. Así que se salió para ingresar a la Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”, de Ayotzinapa.

A pesar del dolor, de tantas noches sin dormir, de las lágrimas vertidas por más de un año, de los ojos de Joaquina brota serenidad. “Aunque tengo ocho hijos… ¡Viera cuánto lo extraño!”.

El 27 de septiembre de 2014 se enteró por la televisión que algo había pasado con algunos normalistas que fueron agredidos por las policías dentro de un autobús.

Por la noche no había extrañado a su hijo, pues la Normal Rural es también internado, así que el joven dormía en la escuela. Esa mañana fue el inicio del martirio que ahora la tiene recorriendo el país, igual que otras madres y padres.

Joaquina trabaja como intendente en una escuela de Guerrero. Desde hace casi 14 meses no labora, pero alguien la suple para que no pierda el empleo.
“Yo soy pobre, pero quiero que todos mis hijos estudien, por eso les he dado carrera”, afirma con una sonrisa, al recordarlos. Su esposo es campesino y su ingreso, como el de toda la gente del campo en Guerrero, es insuficiente para mantener una familia. Por eso Joaquina es un soporte importante de ese grupo familiar de 10 personas.
Joaquina García es parte de una de las comisiones de madres y padres de los normalistas de Ayotzinapa desaparecidos y de los que fueron asesinados, que viajan hacia diversos estados del país para difundir su lucha y contrarrestar las versiones oficiales que han tomado diversas caras, incluso de producción cinematográfica, al referirse a la recién estrenada película “La noche de Iguala”.

En Hermosillo llamaron a no apoyar el filme y a no asistir a las funciones, pues su objetivo sólo es convencer a la sociedad de la versión de la Procuraduría General de la República (PGR), y cerrar el caso intentando diluir el apoyo.

BERTHA

A Bertha le mataron a su hijo. Julio César Ramírez Nava es uno de los tres caídos en la masacre de Iguala, que duró la noche del 26 y parte del 27 de septiembre de 2014. Ella no lo espera cada día porque sabe que lo asesinaron a quemarropa. Fue uno de los muertos esa noche trágica en la que desaparecieron 43, tres quedaron gravemente lesionados y tres murieron.

A Bertha la mueve el coraje de la pérdida impune. Igual que las madres y padres de los desaparecidos, ella está convencida de que a su hijo lo asesinó el Estado. Camina codo a codo con quienes ahora viven con la incertidumbre metida en su sangre por no saber el paradero de sus hijos.

La madre de Julio César ha hecho suya la demanda de aparición con vida de los 43 compañeros de su hijo, normalistas de primer grado.

Su gesto es duro, triste a veces, pero de reclamo siempre. ¿Por qué? Es la pregunta que grita para todas las autoridades, para todos los funcionarios involucrados por acción u omisión. Ella sabe en dónde está su hijo, pero se solidariza con las madres de los otros, aquellos que no llegaron ni vivos ni muertos. Se pone en su lugar y exige justicia para todos.

Bertha vino a Hermosillo en una comitiva integrada por madres, padres, normalistas y maestros de Ayotzinapa. Pasan hambre, sueño, cansancio. Más de 2 mil 500 kilómetros de venida y otros tantos de regreso no importan si con ello lograrán mantener el apoyo y el interés por el caso de sus hijos. Que no quede impune es el objetivo y para ello necesitan a los demás.

Una y otra vez, Bertha repite que si en ello se le va la vida, no se cansará para entregarla luchando por justicia para su hijo asesinado y por la aparición con vida de los demás normalistas.

“Al igual que nosotros que andamos aquí en Sonora, otros están en Colombia, en Estados Unidos, y en otros estados de la República haciendo lo mismo: hablando con la verdad, de lo que pasó con nuestros hijos ese 26 de septiembre de 2014”, informan mientras agradecen la solidaridad.

MARGARITA

A Margarita Zacarías no le responden bien sus pies. Su andar balanceado de un lado a otro se debe a que tiene dificultad para caminar. “Es que tengo problemas en mis pies, por eso no camino bien”, se justifica mientras conversamos marchando como parte de la manifestación por los desaparecidos de Ayotzinapa, a lo largo de las calles de Hermosillo.

Ella confía en que su hijo va a regresar. Sin dudarlo reclama al gobierno por su desaparición: “Estoy segura de que el gobierno me lo arrebató y me lo tiene que devolver”, demanda.

A Miguel Ángel Mendoza Zacarías, estudiante de la Normal de Ayotzinapa, lo describe como un hijo alegre, responsable y con muchos sueños. El hijo se fue con la ilusión de prepararse para ayudar a su madre y padre, así lo recuerda.

A diferencia de otras madres de Guerrero, Margarita procreó sólo tres hijos. Miguel Ángel, el mayor de todos, es el único soltero. “Nada más tuve tres, y los otros dos muchachos no quisieron estudiar”.

Pero no sólo era alumno de la Normal “Raúl Isidro Burgos”, pues tiene el oficio de peluquero y con los ingresos de su trabajo aportaba al gasto familiar y de sus estudios.

Residentes de Apango, municipio de Mártir de Cuilapa, Guerrero,  Margarita y su familia tienen la vida trastocada. Al igual que otras madres y padres caminan sin cesar por el país llevando la información, pidiendo la solidaridad de la sociedad, tratando de evitar que su caso se olvide, así como ellas no olvidarán a sus hijos.

La vida les cambió de un momento a otro, ya nada es igual: “Nos hace falta ese hijo que aún no sabemos en dónde está”. Hoy ni su esposo ni ella trabajan para generar ingreso, por lo que agradece a la gente que solidariamente les apoya para sobrevivir y seguir en su lucha.

Repudia que el gobierno les ofreciera un monto quincenal, pero ellos no quieren dinero de la corrupción, no quieren dinero manchado de sangre. “Si de verdad el gobierno quiere ayudarnos, que no nos ofrezca dinero porque mi hijo no tiene precio. Si nos quiere ayudar ¡Que nos lo devuelva!”, exige Margarita.

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