Una Mirada…Una boda de rancho, entre el folclor de lo sacro y la identidad cultural de un pueblo

Texto y fotos: Guillermo Moreno

Zacatecas, Zac.-Se puede decir que la celebración de una boda de rancho es el festejo más íntimo de un pueblo. Porque es ahí donde se reafirma la identidad de los que se unirán en matrimonio al convocar a los que los siguieron en su día a día quizá, y como es casi común en un pueblo, desde niños.

La intimidad folclórica no es la fiesta del pueblo, ni las fiestas patronales o religiosas. En una boda de rancho, importa acompañar la alegría de ellos. Testigos de un amor y no simples espectadores de un espectáculo, porque el matrimonio es el sacramento de la alegría.

En la comunidad de Noria del Gato, perteneciente al municipio de Villa de Ramos, en el estado de San Luis Potosí, Belem e Ismael llevaron a cabo dicha celebración gracias al apoyo de los padres y hermanos del joven que, según relataron los propios familiares, fue con remesas que enviaron desde Estados Unidos.

Los hermanos del novio no asistieron pero se aseguraron que el menor tuviera una boda ostentosa. El Conjunto Rio Grande y varios más amenizaron y concluyeron la fiesta que desde la mañana fue anunciada en toda la comunidad. Una celebración así no puede pasar desapercibida.

En una boda de rancho la intención es que se sepa, se transmita, se comunique la alegría y lo que vendrá. Los cercanos, la comunidad, participa también como familia y no se remite a un evento selecto restringido a un lugar que intenta mostrar la exagerada apariencia de alegría como en las celebraciones matrimoniales de zonas urbanas.

La comunidad, el propio lugar de origen, también participa; es ahí donde comienza la identidad de la persona y esta es la que enriquece la cultura a través de las propias tradiciones. Los novios, cuando al terminar la ceremonia religiosa, no abordan el auto que los llevara al lugar de la fiesta, sino que tomados del brazo y escoltados íntimamente por sus padres, y a los lados además dos grupos de música, el uno de mariachi y el tamborazo, se intercalan para interpretar canciones que avisan a los despistados que el amor se consumó de nueva cuenta.

Los novios caminan orgullosos por las calles que los vieron crecer. Belem parece sentirse orgullosa porque el blanco de su vestido se combine con el rojo de la tierra; Ismael se siente cómodo y en sintonía al pisar la tierra con sus botas.

El charco de lodo que se atraviesa en su camino es el recordatorio quizá de que no será fácil su nueva vida. La comida en el salón ejidal llena el auditorio en donde se mataron varios carneros para la birria y la cerveza alegró aún más el corazón de los asistentes.

Entre el gentío seguramente muchos no conocen de manera personal a los novios, pero es que en una boda de rancho el orgullo es que todos sean convidados porque es más la alegría que se desborda que el celo por la formalidad de lo privado.

Por la noche sólo las luces de los vehículos, en su mayoría camionetas, comienzan a aluzar las oscuras calles de la comunidad, que no cuenta con alumbrado pública para trasladarse y cerrar la algarabía del día con el tradicional baile, que por lo ostentoso pareciera que se cobrara la entrada.

Pero no, al parecer el orgullo de los dos jóvenes es el haber tenido en su tan anhelado día los grupos musicales que son de su agrado y que es la música popular de estos lugares. Además, porque no, alguna de esas canciones fueron las que comenzaron el cortejo que terminó en lo que popularmente se llama Boda de Rancho.

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