Mujeres con VIH más disciplinadas en sus tratamientos

  • La adherencia al tratamiento, mejora calidad de vida de pacientes
  • Los retos: desabasto de medicamentos, lejanía y desastres naturalesa
  • 71 mil personas con tratamiento antirretroviral en el país

Por: Lucrecia Maldonado, Gabriela Ramírez y Frida Hartz

Foto: Frida Hartz

Foto: Frida Hartz

SemMéxico. D.F.- A diferencia de los primeros años de la epidemia del VIH-Sida, hoy las mujeres que viven con este padecimiento pueden tener una excelente calidad de vida, siempre y cuando mantengan su tratamiento, lo cual es un reto frente al desabasto de medicamentos, la lejanía de los servicios y los desastres naturales.

En el mundo, las mujeres de 15 años o más, son quienes reciben tratamiento en mayor proporción: hasta 53 por ciento, frente al 42 por ciento de hombres, de acuerdo con el reporte de Onusida para el Día Mundial del Sida 2015.

Para acabar con el Sida como epidemia mundial y lograr que las personas con el virus puedan vivir largamente, las Naciones Unidas se han comprometido a que en cinco años, 90 por ciento de las personas conozcan si portan el virus, y que 90 por ciento estén en tratamiento. El último 90 por ciento del grupo debe tener una carga viral indetectable, lo que se logra solamente con adherencia a los tratamientos antirretrovirales.

César Antonio Núñez, Director Regional para América Latina de Onusida, al inaugurar hoy lunes la Clínica Iztapalapa del Programa de VIH en la Ciudad de México, reiteró que a 33 años las personas sobreviven con sólo tres medicamentos y que pronto se esperaría un solo medicamento inyectado y así aumentar la sobrevivencia.

Las mujeres tendrían mejor adherencia al tratamiento que los hombres, coinciden en Argentina Marcela Alsina, de la Red Bonaerense de Personas viviendo con VIH, e Ivorine Calder, activista en Jamaica.

En Jamaica, como en todo América Latina y el Caribe, hay marcadas diferencias de género donde los varones no acuden a los sistemas de salud, salvo cuando están enfermos de algo en particular. Las mujeres están más acostumbradas a los servicios de salud sexual y reproductiva, así como a la constancia en sus tratamientos, lo que juega a su favor para mantenerse en buen estado cuando viven con VIH.

Marcela Alsina, en entrevista con SeMéxico, explica luego de dos décadas de vivir con VIH, las mujeres son mejores para encargarse de su salud, pero también son históricamente responsables del cuidado del resto de la familia, cuando hay más de una persona con VIH, “ellas son las encargadas de ir a buscar el tratamiento, dárselos, casi empujarlos a que se lo tomen.”

“En nuestra experiencia en Argentina, vemos que hay una mayor adherencia de las mujeres y mayor fallecimiento de los hombres, aunque puede ser relativo porque son experiencias que hemos recabado y no tenemos un número que nos exprese lo que está pasando”, asegura.

Una tarea de tiempo completo

En sus informes de noviembre del 2015 el Centro Nacional para la Prevención y Control del VIH y el Sida (Censida), reporta que hay más de 71 mil personas con tratamiento antirretroviral en el país. Se mantiene la proporción de una mujer por cada tres hombres. Sin embargo, indica que cinco años después de iniciar el tratamiento se mantienen adherentes 63 por ciento de los varones y 49 por ciento de las mujeres.

Pese a que en la mayor parte del continente el tratamiento es ofrecido por los gobiernos, mantener una carga viral indetectable, es decir que el conteo del VIH en sangre no se detecta en los análisis para medir esta carga, es una tarea de tiempo completo, una carrera de obstáculos.

La vida de Yatziri (seudómino para proteger su identidad) en sus 28 años muestra que enfrentar al sistema de salud ha puesto su vida más de una vez en el extremo. Nacida en Yucatán pero habitante de Quintana Roo, confirmó un año después del nacimiento de segundo hijo que tenía VIH. Un año después, fue lo que tardaron en darle resultado de la prueba confirmatoria conocida como Western Blot, que aún se utiliza.

“Yo ya había dejado de ir al centro de salud por el maltrato que recibí del médico que me atendía, cada vez que acudía con él para preguntar por el resultado del examen me decía: “¿qué quieres aquí? Ya sabes, pronto te vas a morir”. Aunque era 2005, siempre era la misma explicación: no hay cura para el VIH y no me quedaba mucho tiempo para vivir. Pese a todo no me dieron la transferencia al Capasits para mi atención, en ese entonces, estando todavía triste y preocupada por el resultado y preocupada también por la situación de mi hijo yo ni siquiera sabía que había un tratamiento para el VIH”.

“Pasaron dos años en que no acudí a ningún servicio médico, tuve una fuerte recaída y bajé muchísimo de peso. Me llevaron de nuevo con el doctor del centro de salud al Servicio de Atención Integral (SAI) que habían instalado recientemente en el centro de salud. La enfermera a cargo de este centro me atendió muy amablemente, por primera vez me dio informaciones sobre mi condición de salud y me mandó a hacer una prueba de conteo de mis defensas y carga viral”.

Para entonces, mi estado viral era más que preocupante. Empezaron el tratamiento antirretroviral “y como de milagro en poco tiempo me sentía mejor, recuperé mi peso original y a los ocho meses salí indetectable en mi carga viral”.

“Desde hace siete años que empecé el tratamiento en el Hospital General he tenido un apego al cien por ciento. Acudo cada mes a mi cita programada y cada seis meses a los exámenes médicos. Afortunadamente, el desabasto de medicamentos que se han presentado en Quintana Roo solo me afectó una vez. A diferencia de muchos de mis compañeros que tuvieron que interrumpir su tratamiento hasta por varios meses, solo una vez no me dieron el Efavirenz por unas semanas pero seguí tomando el Truvada durante este tiempo, y no tuve influencia a mi carga viral indetectable”.

La relativa calma de Yatziri dio un vuelco el mal día que el transporte en el que se desplaza de su comunidad al Hospital General llegó tarde y “como “castigo” por no acudir puntual me negaron los medicamentos y se interrumpió mi tratamiento”, hasta varias semanas después, en consultas cortas, sin preguntas adicionales. Después de siete años indetectable, la interrupción de acuerdo a su médico produjo una mutación del virus y lo hizo resistente a los medicamentos. Yatziri espera ahora el visto bueno de “una comisión de la Secretaría de Salud en la ciudad de México que tiene que decidir si me cambian el tratamiento o no, porque el nuevo va a ser mucho más caro que el actual y pasa tiempo entre que se deciden y traen el medicamento”.

En el otro extremo del país, María, indígena de la etnia mayo, ofrece su testimonio a SemMéxico a través de Casa y Vida (CAVIH) en Navojoa, Sonora, donde actualmente reside:

“Hay un desabasto terrible, es caro ir hasta Obregón y da coraje llegar para que te digan que no estás en la lista, que no hay medicamentos o que te traten mal porque se burlan de nosotras. Mas o menos hay que gastar como 200 pesos en una ida y son muchas horas esperando. El personal no está capacitado para atender a la gente y la verdad no se porque estudiaron eso si no les gusta su trabajo. A mí la última vez que fui me gritaron y me insultaron, así que desistí y muchas personas que viven en otras comunidades también han optado por dejar de ir”.

María lamenta la situación que tienen que pasar las personas con este padecimiento porque asegura que su condición de indígenas empeora las cosas. “Si llegan personas bien vestidas al centro de salud las tratan mejor, a nosotros nos hacen groserías y nos tratan como si los fuéramos a contagiar”.

Por fortuna, hasta ahora el hecho de estar sin el tratamiento no ha mermado su salud, no ha enfermado de otra cosa y trata de estar bien llevando una buena alimentación. Sin embargo, ella esta consiente de que en cualquier momento puede enfermarse, pero no quiere regresar a ese hospital.

Distintas realidades alrededor del mundo

Al 2015, Onusida identifica seis poblaciones con mayor riesgo de adquirir VIH: mujeres adolescentes y jóvenes, hombres que tienen sexo con otros hombres, personas que usan drogas o personas privadas de libertad, así como las y los trabajadores sexuales. Sin embargo, el riesgo para adquirir el virus y no llevar tempranamente a tratamiento varía de continente a contienente.

Se estima que 500 adolescentes y mujeres jóvenes adquieren el virus cada semana, principalmente en el sur de África, de acuerdo con Onusida. Son un grupo de alto riesgo pues se conjugan la pobreza, el hambre, la violencia de género y otras situaciones particulares como mantener relaciones transaccionales con hombres mucho mayores. Onusida asegura que este grupo de mujeres tiene 50 por ciento más riesgo de adquirir el virus que mujeres de otra edad y condición social.

En América Latina, 30 por ciento de mujeres y hombres desconocen su estatus serológico, es decir, si portan el virus. Lograr que 90 por ciento de las mujeres y hombres con VIH en la región mantengan la supresión viral depende principalmente de la adherencia al tratamiento, pero esta adherencia se ve afectada a lo largo de la región por los desabastos de medicamentos, las largas distancias a recoger los medicamentos y los desastres naturales, entre otros factores externos.

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