Reportaje: Albergue de San Juan Capistrano, fusión de dos culturas

NIÑOS WIXÁRIKAS Y TEPEHUANES

Valparaíso, Zac.-Cualquier semilla puede florecer en el suelo de la Sierra Madre Occidental. La materia que forma su tierra hace posible que, desde hace más de 200 años, en la cadena montañosa que atraviesa por el oeste de Zacatecas, se produzca caña de azúcar, tamarindo, mango, orégano, lima y maíz, hoy, también se cultiva una semilla muy valiosa: el aprendizaje.

En medio de sus paisajes de cascadas y cauces de agua adornados de caminos de terracería y carreteras accidentadas, cobijados por árboles frondosos y bajo la compañía de aves, mamíferos y reptiles, desde tiempos inmemorables han edificado su vida dos culturas que representan el vivo legado del México Prehispánico.

Gracias al Albergue Escolar Rural número 72, ubicado en la comunidad que lleva el mismo nombre en Valparaíso, los descendientes de wixárikas (huicholes) y tepehuanes reciben una oportunidad para formarse y ser impulsores de la prosperidad de sus pueblos.

El albergue

A 240 kilómetros de la capital del estado, en la comunidad San Juan Capistrano se yergue un edificio rectangular con muros de cantera rosada, edificado a finales del siglo XIX como almacén de dulces que se elaboraban en la hacienda del mismo nombre y que, actualmente, acoge a uno de nueve institutos de este tipo que existen en la entidad.

El esfuerzo de las manos que lo construyeron, de peones coras, wixárikas y tepehuanes, fue ampliamente recompensado porque ahora ese inmueble hospeda a 50 estudiantes de primaria, secundaria y preparatoria, cepa de las etnias que habitan en esta zona de la Sierra Madre Occidental.

El albergue inició funciones como tal en 1979 para recibir a niños y niñas de zonas aledañas a San Juan Capistrano que carecían de escuela. En el presente ciclo escolar atiende a estudiantes tepehuanes de las comunidades Alamitos, Canoas, Gavilanes, Pajaritos, Mirasol, Soyates, Calabozo, ubicadas en Mezquital, Durango; y alumnos wixárikas originarios de Campamento, comunidad de Mexquitic de Carmona, Jalisco.

El arribo de los descendientes de indígenas al albergue se realizó producto de la migración interregional que existe en la Sierra Madre Occidental, de tal forma que son grupos de familias los que conforman la población infantil que lo habita.

En este lugar las alumnas y alumnos disponen de un dormitorio, áreas de lavado y regaderas, cancha deportiva y, además, reciben tres comidas balanceadas de lunes a viernes.

Los más pequeños estudian en la primaria Leobardo Reynoso, los adolescentes asisten a la telesecundaria México Independiente y una alumna de preparatoria cursa su educación en el plantel Educación Media Superior a Distancia (EMSAD), escuelas ubicadas dentro de la comunidad.

El trabajo escolar

Sobre un escritorio de madera, en una de las aulas, se encuentra una pulsera de chaquira con cinco figuras de hikuri (peyote) de color fuego en el centro, un morral morado con franjas de águilas reales con alas extendidas de color amarillo, y un pedazo rectangular de manta que tiene bordadas gruesas y grandes cruces de hilo verde, junto con rosas; aún no está terminado, pero pronto será un morral.

Son ejemplos de los trabajos artesanales que forman parte de las actividades que el alumnado del albergue realiza por las tardes. Las hacen para expresar el simbolismo característico de la cultura de sus pueblos.

La jornada de actividades inicia a las 7:30 horas cuando sirven el desayuno en el comedor, a las 10:00, durante el receso, ofrecen una colación, a las 13:00 horas se hace la tarea, sirven la comida a las 15:00 horas, desde las 16:00 horas las y los alumnos gozan de tiempo libre hasta las 19:00, cuando está programado el baño, finalmente, a las 20:00 horas sirven la cena.

Lucero Martínez Carrillo, la directora del lugar, refiere que el objetivo de esta disciplina es transformar los hábitos y comportamientos de las y los estudiantes, e inducirlos a una rutina diaria que les facilite el desarrollo escolar y personal.

Algunas de las usanzas con las que llegan al albergue son: dormir fuera de la habitación, tomar baños en el patio, no usar zapatos y usar la ropa ordinaria por debajo del uniforme escolar.

En el albergue también impulsan dinámicas para motivarlos a ver el mundo desde otra perspectiva, a través de ciclos de cine, convivencias para celebrar las festividades nacionales, viajes para conocer el estado y círculos de lectura comentada, por mencionar algunos.

Señora Mami

A las 7:45 horas en un día común, frente a la estufa en la que se terminó de cocinar carne de res con chile rojo, nopales y cebolla, se encuentra una sonriente mujer que todos los días prepara y sirve los alimentos; le llaman ‘Señora Mami’. Su nombre es Eva Torres Urenda, tiene 55 años, más de la mitad de los cuales ha pasado cocinando para las y los niños de este albergue.

El cariñoso apelativo con que se refieren a ella, deja ver que no sólo ha encontrado la fórmula para complacer el estómago de sus comensales, sino que también ha sabido cómo entrar en su corazón.

Cada comentario que realiza está acompañado de un gesto de reflexión y análisis, cuida sus palabras como si buscara las más precisas. «Aquí llegan los niños y me cuentan los problemas que tienen en su casa o con sus papás, pero también me hablan de sus sueños, anhelos y deseos de superación, de lo que les gustaría hacer», dice.

Torres Urenda añade que durante su tiempo en el albergue aprendió que todos deben verse como una familia y, que se puede decir, esa es la filosofía de trabajo que ha caracterizado al albergue de San Juan Capistrano.

Una fuerte amistad

Al ritmo del sonido de los tractores que surcan la tierra de San Juan Capistrano y del viento que corre por las laderas de la sierra surgió una fuerte amistad entre dos estudiantes que provienen de distintas etnias.

Los dos tienen 12 años, los dos tienen que viajar de ‘aventón’ o caminar por veredas para regresar a sus lugares de origen, los dos acompañan a sus respectivas familias a los lugares sagrados a recibir la bendición de un chamán: Érik Fernando va con el Magim tepehuano y Cruz va con el Marakame wixárika.

El albergue de San Juan Capistrano se ha convertido en un campo fértil donde estos dos adolescentes sembraron la semilla de sus anhelos profesionales. Érik decidió que quiere ser ingeniero civil; mientras que Cruz quiere ser el mejor doctor, como lo expresa entre risas.

Su amistad nació de la convivencia diaria, misma que les ha permitido conocer la cultura del otro. El estudiante tepehuano aprendió que flor se dice ‘tuturi’, en wixárika; mientras que el alumno wixárika ya sabe que cerdo se pronuncia ‘toshcol’ en tepehuano.

«Este albergue representa una oportunidad que nos da la esperanza de ser mejores personas, así lo dice mi papá, porque aquí nos dan de comer, un uniforme, libros y nos enseñan», dice Cruz, quien ya fue bautizado en wixárika bajo el nombre de Muwieritemai, que significa el ‘bastón del chamán’

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