Déjame verte; no tengas miedo. Sólo quiero conocerte…

carasPor Miguel Ángel Aguilar Sosa.

“La serpiente se deslizaba despacio, muy lento, como seduciendo a la vista, como llamando la atención. Pero no era un movimiento rítmico, sino con movimientos intermitentes y borrosos para el ojo humano.

Era una serpiente enorme, más grande de lo normal. No podía tener cabida en ninguno de los agujeros que habitualmente llenan estos animales. No, era como una figura mítica, como un dios que resguarda un preciado tesoro no accesible para cualquier gente, sino sólo para los elegidos”.

Así describe don Benito su sueño, una experiencia entre lo irreal y lo factible, entre lo difícil de entender y lo obvio. Confundido, decide revisar, por enésima vez, su valiosa colección de puntas de flecha, figuras humanas, objetos de cerámica y restos de un hacha, contenida en un recipiente de plástico.

“Cada vez que salgo al monte me encuentro muchos objetos de valor. Sólo hay que ir fijándose bien en el suelo y descubrir pequeñas cosas que brillan, como anunciando su presencia y gritando para que se les levante”, afirma, con un brillo en los ojos que sólo se compara con la mirada del niño que ha recibido el regalo añorado por mucho tiempo.

puntasSauceda de Mulatos, curioso nombre asignado por la presunta huida de un grupo de esclavos negros traídos desde la región sur del país, quienes se refugiaron en los cerros vecinos para no ser reaprehendidos, y por los frondosos sauces que se contemplaban en un tiempo, es una pequeña población de aproximadamente 600 habitantes, con un índice de analfabetismo de 9% y con cifra de escolaridad de sexto año de primaria.

Es el hogar que vio nacer y crecer a don Benito, quien, a pesar del amor a su terruño, anduvo por los caminos de Estados Unidos por espacio de 40 años.

La afición de coleccionar estos objetos, que él llama prehispánicos, surgió desde muy joven con la preocupación de ver que muchos de esos tesoros se perdían por la venta que hacen de ellos los vecinos del lugar.

“Por 50 pesos o menos se venden piezas preciosas y de un valor histórico incalculable, por lo que me da mucho disgusto que se pierda algo que no es de nadie en particular, sino que es de todos; algo que es propiedad de la Nación y que no hay quien las conserve”.

Nada más cierto que eso. Sabedor de que la zona fue un asentamiento indígena chichimeca importante por la riqueza de agua en la región, y atractiva para los conquistadores españoles por sus ricas minas, descubre día a día nuevos vestigios preservados en el tiempo para mostrar a todos los curiosos y amantes de la historia.

Hasta he soñado muchas veces que ando entre los indígenas. Una vez soñé que caminaba por uno de los cerros y que veía una serpiente. La seguí y vi que se me perdía, como por arte de magia, en una piedra enorme que estaba a la mitad de la colina.

pueblosAl percatarme que era una piedra muy especial, diferente al resto de las formaciones rocosas, deduje que debajo de ella debía haber algo bonito. Como pude, y ayudado de un garrote, moví la piedra y descubrí que había muchos objetos de barro y figuras humanas, además de un esqueleto muy viejo, pero muy bien conservado”.

Las faenas diarias de Benito Ruiz Pasillas incluyen el cuidado de sus campos de cultivo, a saber, de maíz y frijol, pero una vez que concluye se dedica a recorrer los montes y llanos circunvecinos para tratar de encontrar nuevos elementos para su colección.

Del mismo modo, se dedica a indagar entre los vecinos del pueblo para ver quién de ellos ha encontrado algún objeto, de manera que, mediante el convencimiento y una propina “para el refresco”, logra quedarse con él.

Entre los objetos más preciados se encuentran varias figuras humanoides de cuerpos femeninos, y aunque incompletos, develan el profundo respeto que los naturales mostraban por la fertilidad de las mujeres.

Además, posee varias caras humanas talladas finamente en piedra y barro que denotan la gran habilidad del pueblo prehispánico para este arte. Se trata de piezas de exquisitos detalles y que dejan entrever lo avanzado de la civilización.

“Si algún indígena puede ser capaz de tallar algo así, significa que puede llegar a tener casas o construcciones de importantes dimensiones y que no vivían solamente en chozas de zacate”, afirma el amante de la historia.

Sin mayor instrucción académica, narra con notable habilidad y entusiasmo:

pueblo“En una ocasión salí a lo que llaman el cementerio indio. Está ubicado en las inmediaciones de Sauceda de Mulatos, y movido por una extraña emoción, me paré donde empieza el terreno.

Ahí, mi instinto fue el de saludar al espíritu del camposanto y a los espíritus que lo rondan. Les dije: déjame verte; no tengas miedo… sólo quiero conocerte. Y en ese momento me encontré, a mis pies y tirado en el sueño, una de las caras humas hechas de barro que tengo en mi colección.

Enseguida agradecía a los espíritus el cariño que me demostraron y juré que cuidaría de sus restos”.

Sin embargo, con profundo dolor, señala don Benito que son muchas las personas que se dedican a saquear las que parecieran sepulturas indígenas, y que, incluso, se han dejado al descubierto algunas osamentas.

“Objetos de valor se han perdido por montones. Y eso es lo que me da coraje, y hasta se han llevado piedras talladas del interior de las tumbas, ya que enterraban a los muertos junto con sus cosas que querían”.

Ante el despojo, con un dejo de impotencia, lanza un llamado a las autoridades para que le apoyen en su actividad altruista de preservación del patrimonio. “Me gustaría muchísimo que los encargados de estos temas me otorgaran el apoyo necesario para buscar de manera adecuada los tesoros que hay regados, porque eso son, tesoros. Me gustaría que se le apoyara para que se abriera en este pueblo un museo donde se mostrara al público la rica herencia con que hemos sido favorecidos”, y donde se concentraran las docenas de piezas que tienen, de forma particular, niños y adultos de Sauceda de Mulatos.

Entre tanto, seguirá vagando por los montes en busca de su pasado indígena, en busca de su identidad.

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