Profr. Y Lic. Catarino Martínez Díaz.
Hace unas semanas se dio la primera reunión entre el Presidente que entrega la administración y el que la recibirá, un hecho histórico que garantiza el desempeño ordenado y por los conductos institucionales del relevo en el Poder Ejecutivo Federal, el cual, sólo debe estar supeditado al mandato del tribunal que califica la elección presidencial, el resolutivo y reconocimiento a quien obtiene el triunfo, tal y como lo establece la normatividad vigente, acciones de elemental sentido político para que se genere la confianza institucional y en todas las variantes económicas que impidan las crisis recurrentes al inicio de cada sexenio. El realizado entre Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo Ponce de León por ejemplo, tratándose de compañeros del mismo partido fue desastroso, aún no salíamos del desconsuelo por la muerte subrepticia del candidato Colosio, hecho  que conmovió a la nación entera, y nos dejó en una especie de luto nacional, desencantados de la política y los actores de aquel entonces, la sospecha colectiva de que desde el poder, se había perpetrado un âcrimen de estadoâ, todos esos aspectos nos llevaron a una crisis cuyas consecuencias fueron de alarma general, quedamos en proceso transitorio cargado de circunstancias adversas para la vida institucional y democrática, tanto así, que el Presidente saliente se declaró en huelga de hambre en una colonia de Monterrey Nuevo León, atónitos presenciábamos al último Presidente de México que entregó la administración con muchísimo poder de acción y movilidad político-social, verlo ahí en el patio de una modesta vivienda popular, en aquella ciudad dominada por su trabajo, por su influencia poderosa, cuna de su padre y él autollamado âHijo de Agualeguasâ que hasta aeropuerto llegó a tener, estaba allí, protestando apenas entregado el cargo, ante la inminente detención de su hermano, como presunto responsable de delitos relacionados con el tráfico de influencias y un enriquecimiento inexplicable, lo cual abrió de tajo una enorme brecha en la relación cordial que todos esperábamos entre los presidentes saliente y entrante. Luego vino el llamado âerror de diciembreâ y la salida anticipada de los secretarios encargados de conducir las finanzas públicas, otra vez el desaliento la caída de la bolsa mexicana de valores, la presión internacional conocida como âEfecto tequilaâ la inflación fuera de control y la alarma generalizada. La estabilidad tardó en llegar y las consecuencias las pagamos todos. El acusado fue finalmente exonerado luego de un tortuoso proceso en la cárcel de máxima seguridad, el país superó con creces el desacierto en la relación política y alcanzó tasas de crecimiento en muchos años nunca vistas. El Presidente gobernó como lo que era, un buen economista pero un âpolíticoâ alejado de la visión partidaria en tan compleja circunstancia de emergencia nacional. Entregó el poder en orden a Vicente Fox.
La reunión entre Enrique Peña Nieto y el Presidente Calderón primero y con los Gobernadores de todos los partidos políticos después, es una acción de extraordinario valor institucional, un garbanzo de a libra en medio de las circunstancias complejas y de las necesidades de fortalecimiento democrático, que nos aleja del penoso comportamiento en las competencias políticas fuera del orden legal, de las reglas establecidas por los propios partidos y de los conflictos post electorales que causan desánimo, trayendo como consecuencia la negativa a revalorarnos como país de instituciones, leyes, hombres de pensamiento y honor que generemos confianza, en las instituciones que organizan las elecciones y en la capacidad y fuerza del sufragio mismo. Una elección es muchísimo más que los deseos personales por ocupar un puesto, cualquiera que éste sea, muchísimo más aportamos a la ciudadanía con una derrota honrosa, que manchar los resultados electorales por ejemplo, utilizando semovientes como prenda de cambio o como medio probatorio, hechos que denigran la capacidad de cualquier abogado de medio pelo, frente a la impotencia de no aceptar una derrota, cuando nos cansamos de decir que  tuvimos vigilantes en todas las casilla del país, lo que la hace mucho más digna, es reconocer el empeño de unos y otros en la campaña por agradar al electorado, por conducirse con la verdad, por honrar la palabra y los compromisos firmados de puño y letra hasta para aceptar los resultados, sin importar la derrota misma. Los candidatos siempre sabemos y entendemos que las victorias como las derrotas son parte de la competencia. Por eso resultó muy cuestionable que algunos del propio partido presidencial, representantes populares incluso de la Legislatura saliente hablaran de que Don Felipe Calderón hubiera vendido la transición, o regateara apoyos para su candidata por encima de los establecidos en la ley, (Dicho insólitamente por el propio Presidente) cuando era inminente que la población desde muchos meses atrás, había decidido relevar el poder de gobernadores de diferentes policromías en Estados como Jalisco, Aguascalientes, Morelos o Querétaro, los cuales fueron restando fuerza en el escenario nacional, y en otros como Guerrero, Baja California Sur, Sinaloa, Sonora y Oaxaca, se requirió prescindir de posiciones dogmática hasta unificarse izquierdas y derechas para retener algunos o para arrebatar al PRI otros, cuyos gobernadores como los de Sonora, Puebla y Oaxaca, enfrentaban desgastes mediáticos descomunales. La unión de posturas ideológicas adversas genera una expectativa ocasional muy intensa, hasta para alcanzar triunfos como así ocurrió, pero en sectores de cierto nivel cultural llega a desgastar a los partidos en su concepción ideológica, la sociedad tiene de ellos frente a los hechos, diferencias muy importantes y cuando el resultado de los gobiernos así obtenidos no es bueno, habiendo producido expectativas más allá de las circunstancias y realidades, las siguientes elecciones resultan verdaderamente adversas. Nayarit, Chiapas o Baja California Sur, son el mejor ejemplo.