Texto y fotos Matador Jaime Solo.
El agente que más ha cambiado para el desarrollo de un festejo taurino es el toro. Con ello se ha modificado el rumbo de la profesión del torero y el concepto tradicional de la lidia.
En tiempos remotos la suerte suprema era la fundamental, aquella en la que se basaba el espectáculo y el toreo de muleta constituía un simple accesorio.
Hoy en día los términos se han invertido por la sencilla razón de que al cambiar el burel se han rectificado radicalmente los gustos del público. La admiración que se sentía por el astado, se ha convertido en fascinación hacia el torero y ha surgido en el público “el torerísimo”; o sea el culto por algunos diestros y el desdén hacia el toro.
Este salto tiene una razón, por no decir una justificación. Ha cambiado el cornúpeta y se ha embellecido el toreo. Resulta natural que el espectador actual a falta de la emoción que le proporcionaba la presencia de un animal con trapío en la arena, haya renunciado a ella y optado por el encanto y sugestión de los numerosos pases que realiza determinado espada.
Podríamos decir que la inquietud honda y dramática que hacía temblar de miedo y que sólo lograba ser superada por el valor heroico de un ser considerado omnipotente, se fue para siempre. Lo que ahora ha quedado, será más delicado, primoroso y refinado; pero no es aquella emoción que hacía vibrar las gargantas de quienes presenciaban una corrida con verdaderos toros.
No existe duda alguna de que hoy se torea mejor que nunca. Las suertes de capa y muleta se han perfeccionado mientras que la forma de ejecutar la suerte de banderillas y las estocadas han variado poco. Sin embargo, todo lo que se realiza frente al astado de ahora y su diferencia con el de antes, es la misma situación que se produce al ver a un hombre maduro y a un adolescente. Es decir, no ha sido sólo en pitones o el trapío, sino en edad. Las “yerbas” que han pastado son la diferencia más acusada en el toro actual.
A más años trascurridos, mayor sentido de un burel. Además a un cornúpeta de cinco años por dócil que sea, se le engaña con más dificultad que a uno de tres, por la sencilla razón de que embiste de otra manera, hace otra pelea y generalmente se vence puteando.
Si a la edad se le agrega el trapío, el peso y los pitones, se comprenderá que el riesgo es mucho mayor.
En el fondo no soy partidario del toro que aparentemente asusta y se queda en su recorrido; pero sí de aquel que cuente con la edad suficiente y el trapío necesario para inspirar respeto. Estas reflexiones, permiten que veamos al toro antes de enjuiciar una faena y exijamos a su lidiador de acuerdo a las características del astado. Viendo la fuerza y poderío de este último, podremos aquilatar la labor artística que lleva a cabo un determinado espada.
Debemos por ello conocer el origen del toro de lidia y todos los elementos que le rodean.
Al comprender lo anterior valoraremos la capacidad de su criador y ganadero.
Suerte para todos y recuerden que… “¡UN PASO ADELANTE Y PUEDE MORIR EL HOMBRE Y UN PASO ATRÁS Y, PUEDE MORIR EL ARTE!” P.A.