¿Voto de calidad?

Agenda Política

Gabriel Contreras Velázquez

Miguel Alonso y Manlio Fabio BeltronesZacatecas, Zac.-Manlio Fabio Beltrones, uno de los políticos más avezados de los últimos días del viejo régimen del partido único mexicano en el siglo 20, de la (incipiente) apertura democrática a inicios del siglo 21, y de la crisis del sistema de partidos en estas dos últimas décadas, es hoy ya líder –entiéndase no sólo en su connotación adjetiva sino sustantiva- nacional de un partido lleno de contradicciones, pero que refleja nítidamente la estructura del sistema político mexicano.

Pese a dibujar, durante años, la imagen de un modelo político en constante desgaste (hoy más por la corrupción e impunidad), el Partido Revolucionario Institucional sigue siendo el espacio privilegiado del monopolio del voto duro en nuestro país. Ese voto que prestan, rentan o ceden a otros partidos, en distintas contiendas, para sostener su existencia, ya sea efímera o duradera.

Beltrones, principal alumno de la escuela política de Fernando Gutiérrez Barrios -otro de los personajes emblemáticos y poco recuperados de aquél partido- conoce de primera mano los intríngulis de las estructuras nacionales de su partido. Se ha refugiado, siempre en complicidad estratégica con Emilio Gamboa Patrón, en la Confederación Nacional de Organizaciones Populares, desde donde han ocupado posiciones tácticas en la variedad de cargos públicos de la burocracia pública y partidista, incluyendo presidencias municipales hasta gubernaturas (la última más clara con Claudia Pavlovich en Sonora).

Secretario particular de quien despachaba en las oficinas de Bucareli, en la Ciudad de México, Beltrones conoció de primera mano el tejido nacional que se hiló en uno de los sexenios de mayor trascendencia nacional con Carlos Salinas de Gortari. Vivió en todos sus matices las insalvables contradicciones políticas en su partido, que llevarían un poco más tarde a detonar la crisis política más grave de las instituciones del viejo régimen, en 1994.

Con todo ello (y a manera de mero resumen) tal vez la república de las opiniones mira el escenario próximo más obvio: la candidatura presidencial de Manlio Fabio en 2017 y 2018.

Para lograrla –e hipotéticamente tomando como válido y real dicho propósito- tiene puesto en la mesa el festín más grande de los últimos años de su carrera política -incluso por encima de ser el legislador que salvó con su característico talento político la cascada de reformas de Peña Nieto- ser el rector de los designios de su partido. Dar partitura al concierto nacional de ese complejo ente político de la historia mexicana: el Partido Revolucionario Institucional. Nada más, nada menos.

Cuenta también con el consenso del partido que a la fecha acumula más cargos de elección popular (PRI), así como el entendimiento y acercamiento clave con otros grupos políticos y empresariales (empezando con las televisoras del país), con lo que marcará el paso hacia la sucesión o alternancia del 2018. A manera de analogía, corresponderá diseñar a este íntegro político las condiciones de la próxima elección nacional. Nada más, nada menos.

Por la particular identidad institucional, Manlio Fabio además se coloca como el principal activo del presidente Peña Nieto para la segunda parte de su sexenio, abigarrado éste por decisiones políticas erróneas y costosas desde el Ejecutivo Federal en los primeros tres años de ejercicio, con las cuales que han entorpecido y disminuido la legitimidad de su actuar.

Si bien Peña no perdió el consenso necesario en las cámaras, no ha sido precisamente porque el Pacto por México fungiera aún como factor aglutinador, sino que en el último tramo de la Legislatura las reformas legales dependieron completamente de la sagacidad quien encabeza hoy el Comité Ejecutivo Nacional del tricolor.

De ahí que el círculo cercano al presidente, especialmente alguno de los ya señalados como naturales para su sucesión (Luis Videgaray) se viera afectado por la decisión de llevar al sonorense al restirador desde donde se bosqueja el 2018.

Es en esa ruta donde se encuentra inscrito el proceso electoral para la renovación del gobierno en Zacatecas, la Legislatura local y los 58 ayuntamientos, el 5 de junio de 2016.

Los actores políticos zacatecanos más cercanos al espectro nacional saben -y se han encargado de parar en seco a quien pretende lo contrario- que el próximo gobernador deberá contar con la venia presidencial.

Ha sido cuestión de ríos de tinta desde diversas columnas periodísticas el hacer creer a la clase política zacatecana que Miguel Alonso, todavía después de un tropezado inicio de campaña de su delfín, tenga prevalencia en el escenario nacional.

Que por su jerarquía podría tener un voto de calidad, tal vez. Pero ante el escenario actual la calidad termina siendo un mero derecho a opinar. Peor cuando entre sus hilos pende un conflicto que no parece interesado en enfriar pronto. Prueba de ello sigue siendo el sucio proselitismo local, lleno de puntapiés bajo la mesa, entre Arturo Nahle, Adolfo Bonilla, Pedro de León, Carlos Peña y Alejandro Tello.

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