MUSEO NACIONAL DE HISTORIA, EN EL CASTILLO DE CHAPULTEPEC, EMBLEMíTICO TESTIGO DEL CURSO DE LA NACIӓN

Museo Nacional de historia

Testigo de la historia de México el Castillo de Chapultepec alberga desde el 27 de septiembre de 1944 el Museo Nacional de Historia de INAH-Conaculta, es uno de los recintos más importantes del paí­s donde se exhiben colecciones de pintura; numismática; documentos históricos y banderas; armas; indumentaria y accesorios; así­ como mobiliario.

Visitar el Museo Nacional de Historia significa invertir todo un dí­a para poder hacer un recorrido completo por las diversas salas en las que se exhibe un vasto abanico artí­culos sobre que exhiben e ilustran la historia de la nación. El museo cuenta con dos áreas de exhibición: el antiguo Colegio Militar y el Alcázar.

Salvador Novo escribió en Nueva grandeza mexicana: Bosque de Chapultepec. Aquí­ los reyes aztecas, finos y civilizados, vivieron, se bañaron; aquí­ los adustos virreyes meditaron la conveniencia de transportar la ciudad a la firmeza seca de las lomas; aquí­ murieron los niños héroes  bajo las balas del invasor; aquí­ Carlota escandalizó a las damas gordas de su corte de honor al madrugar para Jesús mil veces, Carlotita! montar a caballo; aquí­ Elihu Root, aquí­ don Porfirio, aquí­ don Pancho, aquí­ Obregón, aquí­ Calles (cuando Anzures: aquí­ vive el Presidente; y el que gobierna, allá enfrente), aquí­ Portes y Abelardo. Fue don Lázaro quien primero se abstuvo, se desterró (cultivaba una inclinación por desterrar a los gargantones) a los vecinos Pinos. Y ahora, por fin aquí­ un museo en que lucen como lo merecen las galas y reliquias de nuestra Historia.

El 3 de febrero de 1939, el presidente Lázaro Cárdenas expidió la Ley Orgánica mediante la cual se creó el Instituto Nacional de Antropologí­a e Historia (INAH). Esta ley, en su artí­culo tercero, señala como parte del patrimonio nacional al Castillo de Chapultepec para que en él se instalase el Museo Nacional de Historia con todas las valiosas colecciones del Departamento de Historia del antiguo Museo Nacional de Arqueologí­a, Historia y Etnografí­a.

A lo largo de su existencia, el Museo Nacional de Historia en el Castillo de Chapultepec ha apoyado la creación de otros museos nacionales y los de diversos estados de la República mediante la cesión de diversos objetos.

De igual manera, ha mantenido la adquisición de piezas para sus colecciones, de tal forma que hoy su acervo rebasa las 90 mil. Una parte se muestra en sus salas de exhibición permanente y temporales, mientras que otra se conserva en los depósitos de colecciones.

La sede del Museo Nacional de Historia, el Castillo de Chapultepec, cobró especial relevancia este año por la celebración del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución Mexicana.

El pasado 15 de agosto, los restos de 14 héroes de la Independencia fueron llevados del Castillo de Chapultepec, donde los estudiaron investigadores del INAH, al Palacio Nacional. Allá fueron colocados en la Galera Nacional, para ser exhibidos temporalmente a partir de septiembre.

Los restos correspondan a Miguel Hidalgo, Juan Aldama, Ignacio Allende, Mariano Jiménez, José Marí­a Morelos, Mariano Matamoros, Francisco Javier Mina, Guadalupe Victoria, Nicolás Bravo, Vicente Guerrero, Leona Vicario, Andrés Quintana Roo, Pedro Moreno y Ví­ctor Rosales.

Antes, el 30 de mayo, los restos fueron exhumados de la columna del íngel de la Independencia.

Durante el periodo virreinal, Chapultepec fue apreciado como un lugar de descanso y esparcimiento, para lo cual se construyó, en la base del cerro, sobre los cimientos de lo que fuera residencia de Moctezuma II Xocoyotzin, un palacio que dio albergue a numerosos virreyes y visitantes distinguidos durante más de dos siglos.

Sin embargo, la explosión de un polvorón a mediados del siglo XVIII, que causó serios destrozos en el edificio, llevó a tomar la decisión de que el nuevo palacio se construyera en la cima del cerro, justo en el lugar que ocupaba una antigua ermita dedicada al arcángel San Miguel.

Los trabajos se iniciaron el 16 de agosto de 1785, cuando gobernaba la Nueva España el virrey Bernardo de Gálvez. El encargado de realizar los planos fue el teniente coronel e ingeniero Francisco Bambitelli.

Primero se llevó a cabo el desmonte del cerro; después vinieron las excavaciones, los cortes del terreno, la formación de terraplenes y la fábrica de los muros destinados a sostener el edificio.

Como Bambitelli tuvo que marchar a La Habana, el capitán de infanterí­a e ingeniero Manuel Agustí­n Mascar quedó al frente de las obras.

A pesar de que la construcción marchaba con rapidez, don Bernardo no tuvo la oportunidad de ver terminado el palacio porque murió el 8 de noviembre de 1786. Su repentino fallecimiento sorprendió a todos, principalmente a varios de sus enemigos que lo acusaban de construir una gran fortaleza para desde ah desconocer al gobierno de España. Se afirma, sin el peso de la evidencia comprobatoria, que fue envenenado.

La Corona española ordenó suspender los trabajos y subastar la obra en 60 mil pesos a pesar de que ya se habí­an invertido más de 300 mil pesos. Afortunadamente no hubo quien se interesara por el edificio. Ante la falta de compradores, en 1792 el virrey Juan Vicente de Gí¼emes Pacheco y Padilla, segundo conde de Revillagigedo, lo destinó para Archivo General del Reino de la Nueva España, pero el proyecto tampoco fructificó a pesar de que ya se tení­an los planos de adaptación hechos por el arquitecto Miguel Constanzó.

Alexander von Humboldt llegó a la capital de la Nueva España en 1803 y visitó, entre otros sitios, el cerro y el Alcázar de Chapultepec. En su libro titulado Ensayo polí­tico del Reino de la Nueva España condenó el vandalismo de los ministros de la Real Hacienda, que en nombre de la economí­a empezaron a vender en subasta los vidrios, las puertas y las ventanas del edificio que se encontraba a 2 325 metros sobre el nivel del mar, dejándolo expuesto al embate de los vientos.

Finalmente el Ayuntamiento de la Ciudad de México lo adquirió en 1806, gracias a lo cual bosque y palacio se salvaron de pertenecer a un particular.

Durante la guerra de Independencia (1810 a 1821), el edificio estuvo abandonado y as continuó hasta 1833 en que se decretó que fuera sede del Colegio Militar. Entonces se le comenzó a conocer como Castillo, aunque no fue sino hasta 1844, tras hacerle varias adaptaciones y erigir en la parte ms alta del cerro el Caballero Alto o Torren, que el edificio comenzó a funcionar como Colegio.

Durante los dí­as 12 y 13 de septiembre de 1847, el Castillo fue bombardeado por el ejército estadounidense, causándole serios destrozos. Dos años después el recinto será devuelto al Colegio Militar, pero habrán de pasar ms de 20 años antes que el edificio lograra funcionar permanentemente como centro de enseñanza castrense.

Durante el gobierno del presidente Miguel Miramón (1859-1860), quien fue alumno del Colegio Militar y sobreviviente de la batalla de Chapultepec durante la intervención norteamericana, se construyeron algunos cuartos en el segundo piso del Alcázar.

No obstante, esa sección adquirió su fisonomí­a actual a partir de 1864, cuando Maximiliano y Carlota llegaron a gobernar el paí­s y decidieron establecer allá su residencia imperial. A la caí­da del imperio en 1867, el edificio quedó en el abandono hasta 1872.

En 1876 se decretó establecer en Chapultepec el Observatorio Astronómico, Meteorológico y Magnético, que fue inaugurado dos años más tarde y sólo funcionó hasta 1883, año en que se ordenó trasladarlo al edificio del ex arzobispado en Tacubaya. Las razones fueron el regreso del Colegio Militar y la adaptación del edificio como residencia presidencial.

El inmueble sufrirí­a numerosas modificaciones arquitectónicas a partir de 1882, durante la gestión del presidente Manuel González. Después, a lo largo del mandato del general Porfirio Dí­az, el Castillo y el Alcázar alcanzaran su mayor esplendor.

Luego lo habitaran varios presidentes emanados de la Revolución Mexicana: Francisco I. Madero, Venustiano Carranza, ílvaro Obregón, Plutarco Elí­as Calles, Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y por último Abelardo Rodrí­guez.

Hoy en dí­a, el pasado de México puede apreciarse desde varias perspectivas en el Museo Nacional de Historia, a través de sus ricas y variadas colecciones.

Una visión panorámica de la historia nacional la brindan las pinturas murales realizadas por algunos de los más relevantes artistas mexicanos del siglo pasado y que se exhiben en varias salas: La Reforma y la caí­da del Imperio, de José Clemente Orozco, El Retablo de Independencia, de Juan O’Gorman, Del porfirismo a la revolución, de David Alfaro Siqueiros, entre otros.

La curadurí­a de numismática la conforman las colecciones de monedas, medallas, pruebas de medallas, condecoraciones de México y el extranjero, así­ como billetes, troqueles y coronas conmemorativas.

Aunque casi todas están troqueladas en plata y cobre, también las hay de latón, ní­quel, cuproní­quel, plomo, acero, bronce, oro y papel. La suma de piezas de esta curadurí­a se aproxima a 23 mil.

Las monedas mexicanas comprenden desde las primeras acuñadas en la Nueva España, llamadas de Carlos y Juana, y los reinados de Felipe II, Felipe III, Felipe IV, Carlos II, Felipe V, Luis I, Carlos III, Carlos IV y Fernando VII. Entre los reinados de Felipe V y Fernando VII se acuñaron la monedas columnarias o de dos mundos, llamadas también de busto.

La colección de documentos históricos y banderas del Museo Nacional de Historia resguarda ejemplares manuscritos e impresos producidos entre el siglo XVI y los primeros años del XX, además de lábaros, estandartes y otros emblemas cuyos sí­mbolos nacieron y otorgaron identidad a muchos episodios cruciales de la historia mexicana.

En lo que a banderas se refiere, el museo conserva la colección más completa de lábaros históricos de nuestro paí­s, que remiten a los hitos más sobresalientes de la historia mexicana. Dentro de éstas se encuentra la Bandera del Heroico Batallón de San Blas, enarbolada por el Ejército Mexicano y por medio centenar de los alumnos del Colegio Militar durante la batalla del 13 de septiembre de 1847 contra el ejército invasor estadounidense. Por ser una de las banderas más representativas, se eligió como el emblema oficial del Museo Nacional de Historia desde el 27 de septiembre de 1944.

En tanto, las armas que resguarda el museo se encuentra estrechamente ligada a la historia polí­tica y militar del paz; por ejemplo, los sables que pertenecieron a José Marí­a Morelos y Pavón, Vicente Guerrero y Agustí­n de Iturbide; las pistolas de Manuel Gómez Pedraza y Mariano Escobedo, o las espadas de Anastasio Bustamante, Antonio López de Santa Anna y Alexandre Casarí­n (oficial del ejército francés que invadió el territorio nacional en 1862).

Esta curadurí­a también conserva la espada de rendición del emperador Maximiliano y otras que pertenecieron a algunos protagonistas de la revolución armada de 1910, como Francisco I. Madero, Francisco Villa y Francisco Murguí­a.

Las prendas de vestir y los ornamentos forman la Curadurí­a de indumentaria y accesorios. Algunas de esas piezas fueron empleadas en los ámbitos civil, religioso y militar; algunas las vistieron personajes como Miguel Hidalgo y Costilla, José Marí­a Morelos y Pavón, Vicente Guerrero, Agustí­n de Iturbide, Ignacio Comonfort, Juan N. Almonte, Benito Juárez, Maximiliano de Habsburgo, Francisco I. Madero, Bernardo Reyes, Emiliano Zapata, Francisco Villa y Venustiano Carranza, entre otros.

La Curadurí­a de mobiliario y enseres domésticos consta de más de 4 mil piezas, muchas de ellas relacionadas con personajes y hechos históricos que abarcan desde la época virreinal hasta la segunda mitad del siglo XX (el juego de copas de Iturbide, la vajilla de plata Christofle de Maximiliano, la recámara y el comedor de Porfirio Dí­az, la mesa de despacho de Venustiano Carranza, el escritorio en el que se escribió la letra del Himno Nacional, son ejemplos de los ms destacados).

Así­, con este panorama, visitar el Museo Nacional de Historia vale una y mil veces hacer un poco de ejercicio y subir el empinado cerro de Chapultepec. Este recinto se encuentra en la Primera Sección del Bosque. Puede llegarse a él por el Paseo de la Reforma, Circuito Interior o Avenida Constituyentes.

Las estaciones de metro más cercanas son Auditorio y Chapultepec. Esta última cuenta con un acceso directo al bosque.

El costo de entrada al museo es de 51 pesos y los domingos el ingreso es gratuito. Permanentemente tienen entrada libre niños menores de 13 años, personas mayores de 60 años, pensionados y jubilados con credencial, personas con capacidades diferentes y maestros y estudiantes con credencial vigente. El horario es de martes a domingo de 9 a 17 horas.

Entre los servicios que se brindan al público están la biblioteca, la fototeca, la videoteca y las visitas guiadas.

Por labores de remodelación para el montaje de la próxima exposición El Amanecer de una nación, las salas 1 a 9 están cerradas al público hasta nuevo aviso. El Museo de Sitio (Alcázar) y el resto de las salas permanecen abiertos en el horario habitual. Una de las últimas exposiciones temporales abiertas al público este año es la de El íguila real, en peligro de extinción y sí­mbolo del Escudo Nacional.

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