Para las trampas del futuro, visión histórica

Matías Chiquito Díaz de León

Delegado del INE en el Estado de México

LIC. MATIAS CHIQUITO DIAZ DE LEONEl domingo 6 de diciembre de 1846 se declaró formalmente instalado el Congreso Constituyente, integrado en cumplimiento de los posicionamientos del “Plan de la Ciudadela” proclamado el 4 de agosto de ese mismo año. La consigna de este nuevo Congreso estaba centrada en la restauración del sistema federal, abolido por la república centralista del General Santa Anna diez años antes, lo que en efecto ocurrió unos meses después, ya que el 18 de mayo de 1947 se promulgó el Acta de Reformas que ordena la restauración de la Constitución Federal de octubre de 1824. El tema viene a la memoria, no solamente porque este sábado 6 de diciembre se cumplen 168 años del inicio de los trabajos de Constituyente que encabezó la primera restauración del sistema federal mexicano, esfuerzo logrado en poco menos de 6 meses de actividades intensas; lo traemos hoy a colación como una remembranza de acontecimientos difíciles para la república, tratando de rescatar de las versiones escritas de cada época la visión de quienes fueron actores destacados en esos tiempos de convulsión.

Es propiamente Don Mariano Otero, jalisciense distinguido, uno de los diputados integrantes del Constituyente al que me he referido, quien desde la minoría parlamentaria contribuyó en mayor medida en la formulación del Acta de Reformas; destacan, entre sus aportaciones al sistema federal, la introducción de medidas efectivas de control al orden constitucional y de protección a los derechos del individuo contra actos del poder público, con fórmulas institucionales efectivas para mantener equilibrios funcionales en el ejercicio del poder político.

Pasados ya cerca de 170 años de estos acontecimientos que lograron reponer el sistema de federal y sometieron, aunque por tiempo breve, los desbordados instintos monárquicos de una amplia y poderosa ala de la clase política de esa época; hoy en día vivimos procesos de reformas al marco constitucional que regula el sistema económico y político mexicano, cuyos impactos en el sistema social aún no son nada palpables y, por lo mismo, en poco tiempo la incertidumbre podría campear en la república entera.

Seguramente los tiempos de ahora no serán tan complejos como los vividos a mediados del Siglo XIX mexicano. No obstante, sólo a modo de comparación histórica de las diferentes etapas que el país ha desahogado, me permio hacer cita de un fragmento del texto escrito por Mariano Otero en las vísperas de la instalación del Congreso Constituyente de 1846, al que tituló “Visión de la Sociedad”. Veámoslo, sin asombro, más bien reflexionemos sobre los avances que hasta la época actual se pudieran haber dado.

Una sensación grande y profunda ocupa hoy el ánimo de todos los mexicanos. Los hombres capaces de analizar los acontecimientos políticos y de entrever su porvenir oscuro, calculan sin temor de engaño, que la nación pasa por una crisis terrible, que fijará sus destinos hasta ahora inciertos y vacilantes; y el pueblo que no está al alcance de estos cálculos, presiente también con un instinto maravilloso la hora de la tempestad, y muestra sus temores y sus esperanzas por el desenlace de la escena que pasa a la vista de todos. De este modo, la sociedad entera asiste en estos días a la representación de este vasto y complicado drama, en el que se presentan la ambición y las pasiones más egoístas, mal cubiertas con mentidas y transparentes máscaras; en el que se ven a los intereses que dividen a la nación, luchando los unos contra los otros en un combate silencioso, pero de muerte; y en el que, en fin, todas las teorías, todos los deseos, todas las esperanzas se disputan el triunfo que decidirá de nuestra suerte.

Sin duda que hay hombre para los que nada de esto pasa, reducidos algunos a las convicciones de un despecho desolador, contemplan a la nación como irremisiblemente condenada a todos los males con que la anarquía o el despotismo la quieren oprimir, y temblando por la suerte de los más caros y sacrosantos intereses de la república, juzgan que nuestras dolencias no tienen remedio y que apenas nuestros nietos podrán gustar los frutos de los enormes y cruentos sacrificios que la nación ha hecho…. Creen otros, por el contrario, aunque no muchos, que alumbra ya la aurora del día de la libertad y de la dicha de México; y confundidos en tan gratas ilusiones, estiman por impotentes los ataques que se les dirigen y por innecesarios los esfuerzos que se hagan para contrarrestarlos; y de estas dos opiniones tan contradictorias como inexactas, resultan entre otras muchas causas, ese silencio y esa apatía que se nota a la hora de la discusión de los más grandes intereses, privando así a la nación de las incalculables ventajas que sacara de la energía del espíritu público en esta época, y alentando también las esperanzas de los que toman este silencio como un signo de cobardía, creen que ha llegado la hora de levantar el velo al mal forjado ídolo que sueñan expone a la necia adoración de los mexicanos”.

Valen también, considero, en esta cita textual, las consideraciones que sobre la historia nos aparta Don Enrique González Pedrero, en la introducción a su obra “México, País de un solo Hombre…”. Cito: “Refrescar la memoria histórica es un entrenamiento para la libertad. Conocer el pasado permite, a un tiempo, incorporar lo aprovechable de su legado y desactivar las trampas que nos pone en el camino la proclividad a repetir lo peor de ese pasado…”.

Hay que entrenarse para la libertad, valoremos en qué punto estamos ahora, para reconocer y aprovechar lo bueno que la historia nos reseña y asumir las experiencias desastrosas como trampas que debemos salvar.

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