Por: Jorge Gustavo Castañón Cisneros
Modelo de vecino, no toma en público y mucho menos maneja si ha consumido algo de alcohol. No conduce sin cinturón de seguridad debidamente ajustado, su vehículo aunque de medio uso, cuenta con la âaseguranzaâ que cubre religiosamente. En el dado caso de que por algún motivo le apliquen un âticketâ por no contar con una luz en su auto o haberse pasado un alto de semáforo, de manera inmediata cubre la infracción o acude al procedimiento que se le imponga. Paga impuestos, evita problemas legales y como cosa extraordinaria pide horas extras para trabajar sin importar si es domingo o día inhábil. En su domicilio el volumen alto esta prohibido, carga consigo para todos lados con documentos que nunca deja vencer: su ID, licencia de manejo de Texas, su tarjeta de social security, su green card y entre ellas, su credencial de elector que es 03 pero⦠esa no importa tanto.
Es él un Legal Permanent Resident, un Residente Legal Permanente de los Estados Unidos. Ha vivido lo suficiente en aquel país para conocer su cultura e intenta comprender lo mejor posible el statu quo que impera en una tierra que por nacimiento no es la suya. Es común platicar con residentes de los Estados Unidos que ponderan las diferencias entre los âgí¼erosâ y nosotros los mexicanos. Múltiples diferencias obvias y no tanto son centro de eternas pláticas y hasta discusiones.
En esta ocasión platicaremos de esa dualidad que, de forma lamentable, se repite continuamente en muchas personas que radican en la Unión Americana y también en México, ya sea por temporadas considerables o por breves periodos de tiempo.
Platicaremos sobre esa metamorfosis que significa cruzar la frontera y convertirse en otro. En el lado de la geografía americana él es un residente de los E. U., tratando de aprender y ajustarse a una vida de primer mundo y de pronto, metros más adelante, en la frontera de su patria se transforma en un ciudadano mexicano, con vicios añejos, con sus usos comunes, con costumbres arraigadas. Es cierto que no generalizamos, verdad también que la unicidad rompe con el todo o que la excepción confirma la regla. Por ello no pluralizamos el nombre de este artículo. No nos referimos como residentes o ciudadanos. Pero a la par, la innegable realidad de la existencia de este tipo de personas convive todos los días en las comunidades con perfil migrante. Un caso nos es suficiente.
Residente americano, ciudadano mexicano. Compartiremos la experiencia de una madre de familia oriunda del municipio de Pánuco, Zac. Doña Ramona tiene 71 años de edad y es mamá de 4 hijos varones, todos viven en Estados Unidos, tres de ellos sin papeles. El mayor de nombre Manuel es Residente Legal desde 1986 gracias a la amnistía. Tiene 45 años, es casado y tiene dos hijos ya ciudadanos americanos. Viene dos veces por año a Pánuco para las fiestas patronales y, se supone, que para pasar tiempo con su madre y la poca familia que le queda en este municipio.
Estuvo ahora para las festividades de fin de año. Llegó puntualmente el 30 de diciembre y se fue el 15 de enero. En ese tiempo Doña Ramona no pudo platicar con él como hubiese querido. Tantos días lo añoró durante este año que le entristece no tenerlo para sí como en sus rezos y memoria le pertenece. Manuel no se sentó nunca más de 10 minutos seguidos con ella. Solo le hablaba para que le hiciera el desayuno y eventualmente, cuando estaba, la comida y cena.
Allá en Estados Unidos â comenta la Sra. Ramona â no tiene ni un ticket, ni una violación a la ley. Es un hombre trabajador y dedicado. Respetuoso del orden. Pero aquí, él es otra cosa – continua platicando con tristeza â aquí en cuento llega, como que se transforma, le sube el volumen a la troca y da vueltas y vueltas al jardincito. Luego luego llega al modelorama por un cartón de cervezas y toma todo el día. Cuando tú le preguntas por que lo hace, él dice que en Liberty TX, que es donde vive, tiene que comportarse, que allá no se juega y que si hiciera lo mismo que hace aquí si tendría problemas. La otra vez se agarró a golpes con unos fulanos quezque amigos de él que también vienen del norte. Todo el día anduvieron de un laâo paâl otro, de Casa de Cerros a Muleros, de Pozo de Gamboa hasta San Antonio del Ciprés. Siempre tomando â Doña Ramona limpia con una toallita la nariz y los ojos que enrojecen. Toma un poco de aire y continúa â Le digo que puede matar a alguien en ese estado con su camionetota y que además eso de andar con su ruidote a las 2 de la mañana no es de gente decente. Pero no me hace caso. Ya lleva así 12 días. â De su interior saca fuerza y dice – Yo no se a qué viene entonces. Yo lo amo tanto y cómo me gusta verlo, pero cada año es igual. Lo prefiero allá porque sé que es otro. Que allá si respeta, que se cuida. Lo prefiero allá a que aquí vaya a terminar mal o me lo lastimen o lastime a alguien. – Sentencia lapidariamente la Sra. Ramona.
Es un orgullo saber de paisanos que han triunfado del otro lado de la frontera. Que han aprendido y aplicado dicho aprendizaje para bien de si y su familia. Que buscan formas de apoyar a los seres queridos que aun viven en su tierra, que planean entusiasmados como ayudar a su comunidad de origen.
Contrariamente, es lamentable saber que también hay paisanos que olvidan que el emigrar no es una fuga y que al haberlo hecho no se han emancipado de una responsabilidad superior con su país. Que ser mexicano no es una condición que se pueda limitar a gusto y discreción. Que no puedes ser mexicano en lo que te conviene. Que no puedes respetar a medias, crecer a medias, aprender a medias. No se puede entrar a la Unión Americana explotando lo mejor de si para obtener  reconocimiento o aceptación de los âotrosâ y de pronto venir a México comportándose de la manera en que no se le permite en Estados Unidos. No somos traspatio de nadie. Somos un país que labra su día a día en el intrincado convivir de todos sus habitantes. El dolor, pobreza y olvido de unos nos debe de doler a todos. El éxito y crecimiento legal y honesto de otros también nos debe de motivar y enorgullecer.
Recordemos que nuestro país desde hace años ha intentado saldar esa deuda con nuestros migrantes. Reconociendo, apoyando o brindando espacios para que todos les escuchen y conozcan. Falta mucho por hacer, es cierto. Que también hay avances, innegable.
Aquellos paisanos que emigraron por motivos tan propios, personales e incuestionables a forjarse una nueva esperanza de vida son tan nuestros como el día en que se fueron y México es tan suyo como el día en que emigraron. Respetemos el significado de ser mexicano a la par de cualquier otro parámetro que hayamos conocido, adoptado o reconocido. Respetémosle desde el núcleo de donde empieza la patria: La familia. Lo demás viene por añadidura.
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