Por: Jorge Gustavo Castañón Cisneros
¡Son escoria. No se a que vienen aquí, están feos y son unos âhuevonesâ Has visto a sus mujeres. Son horribles, no sabes quien es el hombre o la mujer!– Una vena de la frente pulsa tanto que se nota el torrente sanguíneo, los ojos destellan coraje, frustración y molestia. Sólo toma aire para seguir profiriendo: ¡Te imaginas a esos méndigos âquemadosâ llenando nuestras tierras de su estiércol, de su suciedad y además aventando hijos para que nosotros los mantengamos. Prefiero a los perros. Deberíamos agarrarlos y golpearlos hasta que se les quiten las ganas de venir a este país! El silencio parece luchar por hacerse presente y ganar la batalla contra los ruidos lastimeros de esos adjetivos denigrantes, pero nuevamente vuelve a perder y dar paso a otra frase que remata: ¡Eso si te digo, si me encuentro uno en la calle, ahí por donde suelen andar a la orilla de la carretera, yo si les aviento el carro. Prefiero pagar por que enderecen mi cofre a que mis impuestos se vayan para esos desgraciados malditos!
Fue suficiente. Eran las seis de la tarde, cuando él comenzó la retirada justo hacia donde el sol encandilaba. Su sombra se fue detrás de él, nadie más, pobre sombra, no tenía otro remedio.
Hemos escuchado tantas frases denigrantes, ofensivas y hasta xenófobas todos los días de norteamericanos radicales hacia nuestros migrantes. Tantas historias se han forjado de nuestras características físicas, culturales, de hábitos y costumbres. Tantos hombres del otro lado de la frontera han acribillado con sus ojos de odio y rechazo a algún paisano nuestro por el simple hecho de ser mexicano.
Hemos sido testigos también de la defensa a ultranza de hombres y mujeres de rectitud intachable, ejemplos de tolerancia y conciencia total de los orígenes migrantes de la nación más poderosa del mundo. De los logros de nuestra gente que a base de trabajo y talento se han ido ganando el respeto tan anhelado. Por otro lado, convivimos con la exclusión que significa una piel morena, una estatura en promedio más baja y un nivel educativo y cultural, que en términos generales, suele ser mínimo.
Convivimos con este triste perfil todos los días. Sabemos que se siente. Duele ser juzgados por los hechos de unos y que los logros de otros no sirvan siquiera un poco para revalorarnos. Por ello, es totalmente inaudito que las frases ofensivas enunciadas al principio hayan sido expresadas por un ciudadano mexicano justo aquí en México, justo aquí en Zacatecas. Un mexicano que vivió en los Estados Unidos, que fue detenido varias veces por su físico, por su apariencia de âmexicanoâ. Es inadmisible que las diga una persona que nació y vive en un país y en un estado de perfil binacional.
Se refiere con esa saña a los atletas extranjeros africanos que vienen a México con la ilusión de obtener recursos de una manera legal y honesta corriendo maratones o competencias deportivas. Se refiere a ellos con atroz menosprecio y prejuicio por su color de piel, por su aspecto físico, por su apariencia, por sus costumbres y hábitos diferentes.
Y tristemente, nos hemos dado cuenta que en varios sectores de nuestra sociedad mexicana, el racismo y discriminación es cosa de todos los días. Los por qué son complejos. Los orígenes dignos de estudiosos y académicos. Basta a los que estábamos presentes lo oído para intentar iniciar un cambio de visión y perspectiva. La adopción y valoración de una cultura de la tolerancia, de la inclusión. No en un gesto compensatorio por los nuestros que tienen que vivirlo en otras latitudes, si no por intentar se mejores seres humanos, ser más civilizados, ser más racionales que animales. Bendito don de nuestra especie humana. Que desprovista de características externas somos iguales en nuestra estructura, en nuestra composición.
Es evidente que cada país ostenta sus principios y valores que le dan identidad. Es evidente también que como raza humana compartimos principios generales que observamos y aceptamos como naturales a todos por el simple hecho de ser humanos.
Justo también que se respeten las leyes, las normas establecidas. Que nuestras acciones vayan encaminadas a un bien común superior. Si en algo fallamos, violamos o cometemos alguna falta seremos acreedores a una sanción.
Pero si obramos correctamente, merecemos ser tratados de forma equitativa. Si cumplimos con nuestras obligaciones, merecemos tener las mismas oportunidades.
Y digo merecemos porque aquel al que se refirió es una persona con sus papeles en regla. Cuenta sus permisos migratorios y pago de tarifas e impuestos por obtener un ingreso proveniente de una actividad lícita. Paga renta, paga luz y agua. Ejercita en los lugares que no viola las leyes de vialidad. Es un extranjero que cumple cabalmente con las obligaciones que nuestro estado expresa. Fuera de eso, es un ser humano más.
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