PAISANO PERDIDO

Por: Jorge Gustavo Castañón Cisneros

Angustia propia del que no sabe nada de su ser querido. Angustia redoblada por la “injusticia” tramada por el sino al haber perdido a un hombre que no era malo, ni vago, ni mal padre, ni mal hijo. De haber traspapelado en los permisos diarios de vida a aquel señor de recientes treinta años en el mundo de las dudas. ¿Dónde estará? ¿Qué pasó con él? ¿Por qué no llama? ¿Estará bien?

Y uno solo puede humildemente reconfortar. Tomar datos, pedir fotos, documentos, lugares de tránsito que tení­a planeados el ahora paisano perdido. Y la poca entereza que presentó la madre, el padre o la esposa al apersonarse en la Oficina de Atención a Migrantes,  se va diluyendo conforme avanza el recuerdo de todos esos datos. Una lágrima acompaña el acta de matrimonio que nos entrega. Un gemido la foto que acarician los dedos trémulos del abatido familiar. Un dolor en la petición llana, dura y simple: ¡Encuéntrenlo por favor!

El protocolo a seguir lo conocemos. Lamentablemente, es frecuente esta situación. Personas que se van para buscar o continuar un modo de sostenimiento mejor para sí­ y su familia. Cruzan lugares y parajes dotados de bendiciones y de fe en su “coyote”, en su “pariente” o en sí­ mismos para brincar al otro lado. Pero a veces eso no sucede y un trágico devenir se avecina o se intuye o especula. ¿Perdido? ¿Desaparecido? ¿Preso? ¿Levantado?

Y llega la familia con nosotros y lo triste es la impotencia que sentimos y que se estrella y contiene en el trato afable que debemos mostrar a la gente que pide nuestro servicio. La impotencia que se agranda con la estadí­stica de los últimos meses, de los últimos años sobre casos de similar caracterí­stica y su no tan alentador desenlace.

Nos hemos acostumbrado a que una buena noticia se extraiga del  momento que nos llega el record de un centro de detención para inmigrantes. De procesos de inmigración en los E. U. marcados por lamentables visos de racismo. De los meses que se llevan dentro de prisiones como si fuesen criminales. Nos hemos acostumbrado a resignarnos con saber que vive y eso es lo bueno. Golpeado, deshidratado, robado o vejado, pero vivo.

De esta palabra, que se le informa al familiar, brotan sonrisas, abrazos y agradecimientos que, los que trabajamos  en el espacio fí­sico de esta oficina, sabemos bien no nos pertenecen. Justo serí­a repartirlos al aparato de gobierno mexicano, que quizá y por esta vez si funcionó. Al Estatal de Migración, a nuestra red consular de la Secretarí­a de Relaciones Exteriores,  a todos aquellos que intervienen para la búsqueda de paisanos en el vecino paí­s. Todos los merecen más que nosotros.

Y con el interés de expresar mejor el sentir que nos embarga, permí­tasenos citar uno de los versos del poema Ajedrez del gran escritor argentino Jorge Luis Borges. “Dios mueve al jugador, y éste, la pieza./ ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza / de polvo y tiempo y sueños y agoní­as?”. Sí­rvanos la anterior para terminar diciendo que, desde mi punto de vista, los agradecimientos prodigados por estas personas irán al Dios mismo que genera, motiva y produce los ánimos y las fuerzas del paisano perdido y de la familia angustiada a seguir procurándose más allá de la distancia y el dolor. De entenderse como una familia y sus personalí­simas razones que tuvieron para irse. Ese profundo entendimiento que se contrapone, en tantas ocasiones, a los juicios de valor que emitimos como sociedad en conjunto hacia el “migrante”.

Email: [email protected]

*

*

Top