Por: Jorge Gustavo Castañón Cisneros
Trató tan fuerte su madre de disuadirlo como le fue posible. íl era el único que quedaba en casa. Acudió a los lugares que conocía en busca de apoyo y orientación. Sin la participación del muchacho de tan solo 17 años poco se podía hacer. La semilla de âirseâ había arraigado muy profundo desde hacía años. Creció con la migración como un estilo de vida intrínseco a su familia.
Como muchos jóvenes, minimizó todo el cúmulo de complicaciones que conlleva el emigrar y magnificó sus posibles beneficios. Esta idea se acendró aun más desde el día en que su primo Javier regresó de los EE. UU. manejando una camioneta lobo cabina y media, de medio uso, rines de 21 pulgadas y un estéreo pionner de buena calidad.
Me voy a volver a ir primo. Arreglo unas cosas y fuga. Deberías irte conmigo en la troca. Yo te ayudo a pasar. Allá si puedes jalar, ganar buenos dólares y en poco tiempo tener lo que quieres. ¿Paâque te quedas solo aquí? Estas palabras se le fijaron como promesa de un futuro cercano a su medida.
Se le preguntó en una ocasión a la Sra. Martha, madre del menor: ¿Por qué se quiere ir su hijo? Con las manos en la cabeza meció las ideas en busca de la frase más adecuada. Quiere irse con su primo a Nuevo México. Dice que medio municipio está allá y que él se aburre aquí, que aquí no hay oportunidades, que allá él puede hacer mucho como su primo Javier quien tiene hasta hijos americanos y se caso con una gringa. La señora pedía ayuda para una visa, un permiso o algún recurso para que su hijo se pudiera ir de forma segura.
¿Y qué oportunidades se le habían negado al jovencito? Según la Sra. Martha, desde hacía más de dos años el tenía metida, entre ceja y ceja, la idea de irse. Así que desde entonces abandonó la escuela. Era evidente, según la idea expresada por su madre, que sin haber terminado la educación secundaria sus probabilidades de acceder a un trabajo se reducían dramáticamente. Le mostramos la página en internet del Servicio Estatal del Empleo con numerosas ofertas laborales para su hijo pero, como era de esperarse, la inmensa mayoría solicitaba como requisito mínimo la secundaria terminada.
Desafortunadamente, inmerso en esa idea de emigrar, tampoco aceptaba el trabajo temporal que le ofrecían sus tíos tanto en parcelas como en la construcción. Se quejaba de que no iba a laborar en el jornal o la obra por un raquítico sueldo que no alcanzaba ni para comer ni para vivir como él deseaba. Así que, desde hace dos años se la pasa o en su casa o en la calle, conviviendo con sus âamigosâ quienes comparten similares ideas de dejar el país. En tanto, su madre trabaja horas extras o turnos dobles en una pequeña empresa de producción de brócoli para que ambos sobrevivan.
Varias veces la Sra. Martha se acercó a nosotros, más que en busca de una respuesta positiva a sus peticiones, las cuales habían sido atendidas en la medida de nuestras posibilidades, por un momento de desahogo, de una catarsis momentánea. Un lugar donde compartir ese sentir de pérdida por su hijo, no sólo en sentido físico sino porque se encontraba en un circulo de ocio, de vacío, de huída características tan peligrosas en estos tiempos.
Pero ella lo soportaba estoicamente creyendo que lo merecía. Así se habían ido ya 2 hijos y una hija. Sin mencionar a su esposo quien desde hacía más de 15 años abandonó el hogar. Desafortunadamente el trato con cada uno de ellos era casi nulo. ¿Con qué autoridad moral ella podía negarle eso a su último muchacho?
Se le pidió llevara a su hijo para revisar opciones y canalizarlo a las instancias correspondientes en donde podían apoyarle de manera más adecuada. En las últimas visitas se le tenían ofertas de empleo de acuerdo a su edad, educación y experiencia pero el joven nunca se presentó. Era evidente, su decisión estaba tomada. Al parecer el muchacho sólo esperaba la fecha para irse con Javier, su âexitosoâ primo o por lo menos era así como lo quería ver.
Aquí es donde se presenta la coyuntura de vida que deja tantas interrogantes y tantos retos en este fenómeno social denominado migración. El rostro de un complicado y nuevo âsueño americanoâ que,  de forma lamentable, se arraiga en la mente de muchos niños y jovencitos, tanto en el municipio como en el estado. Un «sueño americano» al que sólo le hace falta un resquicio de oportunidad para emerger. Un motivo, en muchas ocasiones sin fundamento o realidad, que justifique la decisión tomada. Un canto de sirena, como la voz del âexitosoâ primo Javier para animar a emprender la huida.
Y así, al otro día se presento Javier, un muchacho de 21 años quien radicó en Santa Fe, Nuevo México, se acercó a solicitar apoyo para poder ingresar a la Unión Americana por cualquier vía. El problema, según expresó, era que dentro de aquel país se âjuntóâ con una americana de origen mexicano. Nunca se casaron. Tuvieron una hija a la cual no ve. Sufrió violencia y racismo, dejó sus pocas pertenencias y obviamente perdió su trabajo en el que ganaba el mínimo por no tener papeles.
Contaba con documentos que evidenciaban problemas de violencia intrafamiliar. Su pareja sufría de drogadicción y alcoholismo. Ella en varias ocasiones trató de agredirlo con diferentes objetos. Según el joven, ella contaba con una abogada âmuy fregonaâ que hizo parecer que él era el agresor. Fue a prisión, pasó por la corte, firmó una Immigration Bond que lo dejaba en custodia de ella. En caso de que se separaran él sería deportado o considerado como prófugo.
âUn infiernoâ según comentaba triste, abatido y en cierto sentido derrotado. El tenía pensado irse otra vez por las buenas o por las malas porque acá en México no había hecho nada, no tenía casa, no tenía terrenos ni ahorro alguno. Todos sus familiares estaban regados en la Unión Americana. No tenía un trabajo fijo y él no quería pelear a su hija para traerla al municipio. Su objetivo era claramente volverse a internar en los Estados Unidos.
Al revisar sus opciones y no satisfacerle lo que se ofrecía como apoyo, dentro del ámbito de competencia, se levantó de la mesa, se despidió y dijo: Bueno, gracias. Mejor me voy por mi cuenta, pueâque sea más rápido. De cualquier manera no me iré solo, me va a acompañar un primo. íl es quien âse mocharaâ con el dinero que haga falta.
Sin más que esperar cruzó por la puerta aquel joven que, según quien le conoce, emigró hace más de 7 años. Paradójicamente, comentan, cuando se fue tenía una pequeña parcela heredada por su padre y una casita. Ahora que regresa, nos comparte una vida más de sufrimiento y fracaso que de éxito y realización. La parcela la vendió hace 4 años, la casa tiempo después. Ambas para aguantar los duros tiempos de crisis que pasó en Nuevo México. Ahora no tiene nada, ni aquí ni allá. Sólo le queda su camioneta lobo cabina y media de medio uso, con rines de 21 pulgadas y un estéreo pionner de buena calidad.
Más allá de los adjetivos que en muchas ocasiones ayudan a describir, breve o sintetizadamente, éste fenómeno en términos de dualidad (vgr: lo bueno y lo malo de la migración; ventajas y desventajas de la migración; beneficio y perjuicios del fenómeno migratorio, etc), encontramos que es un producto íntimamente humano, repleto de elementos que se relacionan entre sí, que se definen, que se complementan.
Hayamos ventajas; desventajas; tristezas; alegrías; fracasos; injusticias; lo inexplicable; lo explicable pero no justificable; el éxito; etc. Es decir, una mezcla de emociones que nos impedirían dilucidar en casos específicos, como los que vemos día a día, con rostros, nombres y apellidos, que algo es âbuenoâ o es âmaloâ. Volvemos a remarcar, claroscuros de naturaleza totalmente humana.