EJIDO DE JEREZ, SEGUNDO COMPETIDOR ZACATECANO EN EL PREMIO NACIONAL AL Mí‰RITO FORESTAL 2011

A lo lejos resuenan los gritos en inglés de dos niños que juegan en el patio de la primaria pública. Por el clima seco y el suelo árido podrí­a pensarse que se trata de algún pueblito abandonado de Texas, pero en realidad el lugar está más cerca del corazón de México que de la frontera con los Estados Unidos. En las inmediaciones de Rí­o Florido, algunos hablan aquel idioma con la soltura y la naturalidad de quien nació allá, del otro lado, o del hijo trasplantado en dos ocasiones: de ida, cuando lo llevaban sus padres buscando un sueño, y de regreso, cuando la realidad se mostró muy dura para vivir fuera del terruño.

Mucha gente se iba al vecino del norte pero desde hace unos años, alrededor de cinco, según rememora Evelio Vega Esquivel, las cosas se han puesto demasiado difí­ciles para cruzar, así­ que ahora ya no se van. Incluso muchos de los que se fueron prefieren regresar, aunque les cueste trabajo readaptarse a Zacatecas o, como en el caso de los más pequeños, aprender a vivir en un paí­s que nunca han pisado, aunque lo lleven en las venas.

En el Ejido Rí­o Florido, entre la Sierra de Cardos y la cabecera municipal, se encuentra el proyecto que realiza desde 2006 uno de los tres grupos zacatecanos nominados al Premio Nacional Forestal 2011, en la categorí­a de Organizaciones enfocadas a los Servicios Ambientales. Ahí­, en una zona muy golpeada por la sequí­a, fue donde estos ejidatarios decidieron mezclar la migración con el cuidado del medio ambiente, luego de que llegaran unos funcionarios federales a explicarles que el gobierno daba apoyos por proteger sus propias tierras.

Evelio, representante del ejido, explica que iniciaron en 2006, abarcando 700 de las 1000 hectáreas comprendidas entre el ejido de El Porvenir y su propia comunidad. Con ello varias decenas de personas tuvieron empleo temporal durante algunos meses cada año, aunque tardaran casi tres horas en llegar en camioneta por el camino de terracerí­a o las mismas tres a pie, por entre el monte.

Ni la distancia ni el trabajo fueron obstáculo para ellos, ya que las 25 personas que participaron el primer año para el quinto se habí­a convertido en unas 45, incluyendo a campesinos octogenarios, quienes realizaban tareas para ganarse “pa’l refresco”. “Los compañeros ya me preguntaban cada año si no iba a haber trabajo de la CONAFOR”, comenta Evelio sobre los apoyos de la Comisión Nacional Forestal con que financiaron las labores de restauración en esta área boscosa, que pocos imaginan en Zacatecas.

La vegetación cambia de manera gradual conforme avanza la camioneta: del semidesierto, a un bosque natural de pinos y encinos donde siempre sopla el viento. Algunos de los cerros están pelones porque antes la gente utilizaba la leña para cocinar, de acuerdo con Vega Esquivel, además del sobrepastoreo, que marca claramente la zona que ha sido explotada por el hombre y los bosques, que aún cobijan parte del panorama. El área protegida destaca por su limpieza. Hay venados, guajolotes salvajes, zorras.

Los ejidatarios realizaron obras de suelos, podas y acomodo de material muerto; hicieron brechas cortafuego de tres metros de ancho para evitar que se propaguen los incendios. Además, llevaron a cabo labores de vigilancia para evitar la caza ilegal, colocaron letreros para promover la conservación del entorno y aprovecharon parte de los desechos de las podas para reforzar el lienzo que circula el área del proyecto.

Por si fuera poco, algunos de ellos realizaron tareas sin cobrar, con lo que pudieron invertir los pocos pesos sobrantes en cosas que se necesitaban en la comunidad, como comprar bancas para la placita del pueblo, restaurar la barda de la escuela y limpiar los arroyos.

“Ojalá se haga”, dice Evelio sobre el premio al que están nominados. “Queremos seguir trabajando”, agrega, para luego perderse entre las casas de adobe, mientras se despide con la mano.

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