La prudencia política y la descomposición de las élites

MANUEL IBARRA SANTOS (2)Por: Manuel Ibarra Santos

Zacatecas, Zac.- En el proceso de descomposición y recomposición que hoy viven los grupos y las élites políticas en México y Zacatecas, importante es destacar y recordar el valor de la prudencia para mantener en condiciones de estabilidad a una sociedad. Y en esto juega un papel relevante el cumplimiento de la palabra empeñada por el gobernante, sin la cual no existe compromiso ni unidad en una comunidad.

La prudencia es (en su versión clásica con Aristóteles y/o en la moderna con Max Weber), el arte de discernir entre el bien y el mal, de actuar con buen juicio e inteligencia, con astucia y aprovechar el momento oportuno para decidir y conducir al logro del bien común. Esa es la función del “príncipe” y de un gobernante prudente, no rapaz, ladrón, ni traicionero, lo sentenció en su momento el emblemático pensador del Renacimiento, Nicolás Maquiavelo.

Por lo tanto, la prudencia (phrónesis, como le llamó Aristóteles, el creador histórico de la ética) es la síntesis de todas las virtudes políticas, es la definición misma de la ética y moral de todo gobernante, entendida ésta como un bien superior, que pone en el centro al ser humano y cuya finalidad es encontrar su bien y felicidad.

El olvido de la prudencia (nos lo recuerda George Gadamer, el fundador de la hermenéutica moderna) causa daños irreparables no sólo en el pensamiento político, sino a la acción cotidiana del gobernante, para servir bien a la sociedad.

Pero tenemos que decirlo, la prudencia no puede coexistir en una sociedad, al margen de los componentes de la ética y la moral. Este es el factor que adquiere dicha categoría conceptual en la era de la modernidad. La inmoralidad sólo destruye, confronta y divide a una sociedad.

En la actual etapa de descomposición versus recomposición que experimentan las élites políticas en México y Zacatecas, recomendable resulta recordar la importancia para recuperar el valor de la prudencia en política.

LA LEY Y LA PRUDENCIA.

En la práctica de la prudencia, para darle viabilidad a su ejercicio, el cumplimiento de la Ley es una condición estrictamente necesaria, para impedir que se impongan los peores gobiernos, como pudieran ser la tiranía, la dictadura y las administraciones profundamente corruptas, que sólo favorecen a unos cuantos.

Por lo mismo, la prudencia política, no sólo ha de tener en cuenta cuales son las mejores leyes, sino aquellas caracterizadas por la suficiente fuerza para ser obedecidas. Eso conduce a impedir que las normas sean letra muerta, se violen permanentemente y se abone, como sucede en nuestra sociedad, a la práctica de la impunidad.

El respeto irrestricto de la Ley deberá colocar en el centro, la protección y la seguridad de los ciudadanos y su patrimonio.

Pero igualmente, la noción de vida política prudente, implica necesariamente la diversidad y el reconocimiento a la pluralidad entre los diferentes sectores de la sociedad. No se traduce en la motivación de gobernar en los espacios limitantes de la mano de la familia y los amigos. Eso se tipifica como el más burdo de los patrimonialismos.

La prudencia política tendrá que definir y fijarse otros importantes fines, como el gobernar en la justicia, la igualdad, la pluralidad y la legalidad.

EL VALOR DE LA PALABRA.

El vehículo excepcional para cumplir con el compromiso de la prudencia política, es la palabra. Quien no le dé el debido cumplimiento, se estará traicionando asimismo y a los demás, así lo narró Gadamer en su obra Verdad y Método.

Ese es otro reto de los políticos actuales, cumplir con su palabra empeñada.

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